Roma no cayó abruptamente, sino disuelta entre los mil feudos bárbaros que
la habían desnaturalizado; y la dinámica pareciera repetirse, con los Estados
Unidos y los mil feudos bárbaros de su corporativismo. No obstante, la caída de
poderes imperiales no responde siempre a los mismos impulsos; el de Alejandro
Magno no se disolvió como el romano, sino por la muerte del líder inmediato,
que no dejó estructura.
El del Kaiser era un impero débil de por sí, establecido sólo en términos
muy convencionales, no de poder efectivo; y así sucesivamente, ningún imperio
sucumbió por las mismas circunstancias, si ni siquiera se formó del mismo modo
que los otros. No obstante, sí hay dinámicas constantes, que apuntan a la
desintegración de un poder central en otros locales; que era el peligro que
corre Norteamérica, con la desproporción en que crecen sus corporaciones, como
poderes alternativos.
En el segundo caso, el autoritarismo romano fue sobrepasado en su
elefantiasis por la autosuficiencia de los bárbaros; que con énfasis en ese
mismo modelo, conducirían al mayor estancamiento político de todos los tiempos,
con la economía feudal. En ninguno de esos casos, la estructura en declinación se
había constituido por un elemento que pudiera renovarla; a diferencia de
Estados Unidos, cuyo esplendor es lo que marca el comienzo de la declinación de
Occidente.
Más allá incluso de las salvaguardas legales, la singularidad
norteamericana reside en la de su cultura; formada por el desiderátum de todo lo
que no se podía adaptar a la lenta reconfiguración política de la Modernidad. Los políticos norteamericanos se mueven en la
misma dirección de los romanos, pero ambos se proyectan sobre pueblos distintos;
el pueblo romano fue fácilmente reducido a la condición proletaria, el
norteamericano desconfía por naturaleza de la protección estatal.
Eso tiene su origen en la migración original, más parecida en su fundacionalismo
al éxodo judío que al troyano; que es lo que se refleja en la segregación de
una élite original entre nos norteamericanos, tal y como los judíos, pero no
los romanos. La élite romana se funda y legitima en la tradición griega, que
huye derrotada de Troya, siquiera como convención; no se forma en el lugar, o al
menos no en la forma en que se legitima a sí misma, contrario a la norteamericana.
Es decir, la actual crisis norteamericana se parece más a la que diera
lugar al medioevo, con la lenta configuración del imperio carolingio; pero a
partir de la desintegración definitiva de Europa, con la estabilización
definitiva de los Estados Unidos. Son procesos que en todo caso sólo se
aprecian al paso de los siglos, con tres de ellos como mínimo; que van desde la
primera determinación a la apoteosis, siendo esta la nueva determinación de un
nuevo proceso.
El de Estados Unidos no habría comenzado en el siglo XVI sino en el XIX, como
el de Roma con Tarquino y no con Eneas o Ascanio; de hecho se habría tomado
siglo y medio para consolidarse en su modelo republicano, con las últimas
consecuencias de la Guerra civil; y otro siglo para alcanzar su apoteosis,
marcando con ello la declinación de Occidente, pero en su propia gloria. Es a
partir del último cuarto del siglo XX que Estados Unidos se apresta a su crisis
definitiva, pero como un proceso de purificación; que en un reordenamiento
definitivo de su estructura interna, se dirija entonces a una lenta declinación
propia.
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