No se trata de que el ser humano no sea un ente eminentemente político y social,
sino que esta condición es relativa; dependiendo siempre de la consciencia del
Ser —que siempre es concreto— sobre ello, y las decisiones que toma al
respecto. Así, el hombre responde a sus circunstancias de modo consciente hasta
que deja de hacerlo, según eso satisfaga sus intereses y necesidades
particulares; que es el margen de potestad individual, por el que todo esfuerzo
de subordinación absoluta de la persona humana termina por fallar en algún
momento.
Eso no es un problema ideológico (moral), debido a las presiones de la
sociedad burguesa y su cultura de consumo; sino que se debe a que la
contradicción ideológica es siempre particular, referida a la persona concreta
de que se trate. Ese es el punto exacto en que se quiebra la autoridad, en su
incapacidad para regular de modo exhaustivo la actividad humana; impotente así
tanto al desarrollo de esos intereses particulares, como a su consiguiente evolución
en una nueva especialización de la clase, con la afectación de sus individuos.
Este es además un proceso independiente, respecto al de la élite políticamente
especializada en la representación popular; que desde el desarrollo de intereses
propios, con un acceso igualmente especializado al capital, se erige así en una
seudo burguesía. Este es el proceso ya intuido y ampliamente desarrollado como de
formación de la nueva clase[1],
negado en la ortodoxia hermenéutica del marxismo; explicando en ello esa
incapacidad para comprender el problema de la individualidad, por su incomprensión
anterior de los problemas graves de la ontología.
[1] . La nueva clase es un libro
testimonial del serbio Milovan Dilas, que narra la progresiva decepción de los
intelectuales de la órbita soviética (marxismo ortodoxo); aunque relata el
proceso de corrupción de la clase política dentro de la estructura política del
estado socialista, es más un documento político que una sistematización
sociológica.
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