El problema con el extremismo, es que
responde directamente al prejuicio y no al juicio, en una diferencia capital;
ya que aunque con una función de base propia para el juicio —basada en la
experiencia— no es suficiente para suplir al mismo. Eso se debe a que la
experiencia proviene de una circunstancia anterior, similar en principio pero
no idéntica; por eso toca al juicio el discernimiento, que detectando las
diferencias respecto al fenómeno, pueda adecuarse al mismo.
Eso es lo que explica la forma espiral del
desarrollo dialéctico, por esa adecuación en la determinación del acto; que no
se respeta al hacer esta determinación desde el prejuicio mismo en vez de desde
el juicio. El problema por tanto no es moral sino práctico, aunque por esta
naturaleza práctica sea codificado como moral; que así resulta parte
fundamental de los códigos en que se organiza la cultura como naturaleza, o
realidad exclusivamente humana.
El extremismo es así la negación de ese lapso
reflexivo, por el que la conducta se adecua al fenómeno en su determinación;
que es por lo que en vez de resultar en un desarrollo espiral, resulta en un
estancamiento. Esto es lo que se figura con el círculo, en el que los actos y
fenómenos simplemente se reproducen a perpetuidad; algo ya ilustrado en los
mismos códigos morales de la cultura, con aquello de que los extremos se tocan.
Según eso, por ejemplo, cuando alguien se pasa de listo ya es tonto otra vez, y los puristas son viciosos por defecto; en lo que viene siendo una regla de eficacia inaudita para detectar el fraude político, que si inocente por pretencioso no es menos dañino. La moderación en el juicio es así otro instrumento político eficaz, por su eficiencia para medir la madurez política; que es lo que va a explicar la mayor o menor armonía de las relaciones funcionales en que se organiza la estructura social como política.
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