Incluso si se sabe que el enfrentamiento
ideológico no es nuevo, todavía queda por ver cómo se desarrolla; el deterioro de
la filosofía presocrática es sólo un efecto superficial, nocivo pero también reparable
en su superficialidad. Probablemente fuera este mismo vicio, en una cultura sin
fuerza para el dogmatismo, lo que hastiara a los fisiólogos; que en su tiempo
tienen que haber lidiado con supercheros más graves que los vendedores de
aceite de serpiente en nuestros caminos.
Las mismas escuelas menores no se
desarrollaron sobre sistematizaciones ontológicas, sino sobre presupuestos
éticos; y eso como la satisfacción de necesidades supuestamente evidentes, en
códigos morales con poca variación entre sí, si alguna. El enfrentamiento que da forma a la patrística
cristiana, recurre a esa filosofía de los antiguos, pero es ideológico; se
dirigía a la convención de las normas morales, que regirían a la nueva religión
en sus dogmas, como determinaciones básicas para su cultura.
La conclusión agustina de dicha tradición,
en el enfrentamiento con los maniqueos, no es sistemática; sino que acudiendo
al argumento retórico (sofista) antes que a la postulación filosófica, es
también ideológica. Irónico en esa genialidad de abogado, conformaría en esta
confrontación su ideología, soportando sus propios dogmas con argumentos
maniqueos; en una de las victorias más inteligentes de la retórica, como si
copiara los manuales de la guerra de los sabios chinos; sólo que los sabios sabían
que la guerra era una derrota para todas las partes, y se reducían a limitar
los daños propios.
Las sucesivas peleas en que siguieron
enfrentándose los cristianos a lo largo del medioevo, eran ideológicas y no
filosóficas; los campesinos se mataban entre sí por conceptos tan abstrusos que
quienes los predicaban apenas los comprendían. Habría sido en esta algidez
asidua que la ideología sustituyera a la filosofía en su función reflexiva, ya
como cultura; porque contrario además a los antiguos, aportaba el recurso
grosero de la violencia popular como ejercicio político.
Esa violencia es lo que desconocieron esos
antiguos, incluso si eventualmente violentos en su extrema individualidad;
Diógenes era un excéntrico, en ese sarcasmo con que podía menospreciar a
cualquiera con su suprematismo ético. Pero ya a la altura de las soberbias
parroquias y abadías medievales, el ascendiente popular y la demagogia
desarrollaron esplendor; y esa fue la cultura en que se dio la modernidad, como
su fruto más lógico y natural, en el estrellato de sus pensadores fulminantes,
no profundos.
Bien planteado, el método cartesiano sólo
actualiza al silogismo aristotélico, adaptándolo a nuevos parámetros de credibilidad;
es en la agresión confrontacional que adquiere valor político, sobreponiendo la
violencia ideológica al valor reflexivo de la filosofía. De ahí que fuera él
quien determinara la distorsión toda del pensamiento moderno, con su
recurrencia al idealismo; cuya confrontación ya no era funcionalmente reflexiva
sino doctrinal, a la altura del cristianismo dogmático que combatía.
Ese es el tipo de fenómeno que va a
enfrentar el marxismo, independiente de sus méritos o deméritos reflexivos; y como
antes el cristiano agustinismo frente a los maniqueos, va a basarse en la
argumentación retórica antes que en recursos estrictamente filosóficos. De
hecho, toma por licencia el postulado hegeliano sobre la contracción de la
filosofía al estudio de su historia; para terminar postulando, como el
excéntrico Diógenes desde su superioridad moral, que la función del pensamiento
no es comprender la historia sino cambiarla.
El postulado marxista no es expresamente
sobre el pensamiento sino sobre la filosofía, pero esta se ha reducido ideología;
que es como único puede asumir esa función política que le atribuye,
recurriendo a la violencia popular con la demagogia. Eso de paso explica el
carácter definitivo de la cultura que abre el siglo XXI, como el fatalismo
dialéctico inducido por el marxismo; del que sólo salvaría una contracción, tan
improbable como la que concentrara la desmesura de Dios en un sefirot, para
hacerle lugar al mundo como su creación.
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