Saturday, April 4, 2020

Fra. Erasmo de la Cruz (Confesiones)


La razón de que yo no sea un buen ensayista radica en que el ensayo nunca me interesó en su forma clásica, de simple exposición de una tesis; antes bien, llegando al mismo en forma tardía, lo he entendido más bien como forma de organizarme el pensamiento, para así llegar a la tesis. Eso no es gratuito, no se debe a que yo sea snob, sino a que no he tenido una formación regular sino auto didacta; lo que implica suplir por mí mismo y sin otras referencias mis propias necesidades respecto a la materia que me interesa desarrollar. 

En ese sentido, siempre he tenido muy buenos e interesantes amigos, y hasta admiradores, pero no mentores; por lo que me ha tocado discutir mis ideas conmigo mismo, y la única forma de hacerlo que encontré fue esta. Tampoco he sido un genio que dijera “ah, pues si no puedo discutirlo con alguien, entonces la manera correcta es escribirlo”; sino que sencillamente ha ocurrido así, creyéndome yo que era un ensayista maduro cuando lo que hacía era estudiar y progresar muy lenta y erráticamente.

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No me quejo, eso me ha permitido desarrollar un pensamiento fuerte, aunque incomprensible para la mayoría; ya que al no tener las mismas referencias que los demás, pues estos no tienen manera de comprenderlo. Sin embargo, creo que es gracias a eso que no participo del proceso de decadencia general; aunque eso también significa una gran soledad en términos creativos, lo que paradójicamente no es bueno, porque te priva de referencias críticas. 

La parte buena de eso, es que al no participar del proceso de decadencia, puedes formar parte del proceso de evolución hacia lo nuevo; siempre, claro está, que renuncies a los privilegios naturales del arte tradicional, que consisten en la posibilidad del reconocimiento y el triunfo. Es ahí donde me vino la ayuda inestimable del catolicismo y la vida conventual, como disciplina que te ayuda en esos menesteres; aunque sólo sea como un estilo de vida que luego debes mantener por ti mismo, puesto que ese no es el fin sino un derivado de la religión. 

Sobre eso tan misterioso que entonces me interesa, pues es nada más y nada menos que la comprensión sistemática y definitiva del mundo; lo que es sin dudas tremendista, pero no más que la pretensión salvífica de un fraile, que para algo sirve entonces ese entrenamiento de trota conventos. Ese interés además surgiría también de modo muy original, directamente de la experiencia poética en su más pura exaltación; que es lo que explica su inconvencionalidad respecto a las prácticas tradicionales del pensamiento y su expresión en el ensayo.

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De ahí la primera dificultad, que es la ambigua naturaleza de mis ensayos, siempre a medio camino entre lo literario y lo filosófico; no como un acercamiento filosófico a la literatura, ni literario a la filosofía, sino estrictamente filosófico aunque fundado en la literatura. La intuición detrás de esto sí es una tesis completa, pero que sólo ahora he sido capaz de elaborar de modo coherente; y se trata de la contracción inevitable que sufriera la filosofía durante la modernidad, debido al crecimiento apoteósico de las ciencias.

Obviamente, eso de decadencia de la filosofía en la modernidad es más que relativo, pues de hecho sí existe una filosofía moderna; sólo que subordinada a esa apoteosis de las ciencias que es propia de la modernidad, desconoce una comprensión suficiente sobre las determinaciones trascendentes de la realidad. Eso sería lo que habría suplido el arte, como necesidad inherente al conocimiento, y esa naturaleza formal suya; en la que tiene una capacidad reflexiva, dada en lo representacional, que permite la figuración y ajuste constante de nuevos conceptos, como imágenes.

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Claro, comprender la especialización de esta ambigüedad llevó tanto tiempo como el desarrollo mismo de la idea; que es por lo que todos mis ensayos tienen ese carácter de inmadurez, que los hace tan defectuosos como bellos y efectivos en su propósito. Por suerte, aunque no gozara de mentores en sentido estricto, eso no quiere decir que careciera por completo de ellos; están todos los escritores que para mi suerte me han precedido, y que por una razón tuvieron esa misma intuición en una formación más clásica.

Ese es el rosario de influencias que conseguí desgranar en uno de mis relatos (El banquete), que así me sirve de prontuario filosófico; y que van desde José Lezama Lima y Jorge Luis Borges a Herman Hesse, como magíster misteriorum, junto a una pléyade más o menos menor y aleatoria, de valor variable. La tesis consiste en una teoría unificada sobre la realidad, que provea un ajuste epistemológico del conocimiento ya dado sobre la misma; toda vez que esa comprensión ya existiría, sólo que sumergida en el alud de formulaciones en que consiste la tradición del mundo.

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Se trata de la literatura como un Realismo Trascendente, que equilibra el desbalance dado por la apoteosis del idealismo; gracias al que se habría conseguido esa apoteosis de las ciencias en la modernidad, como interés en el aspecto inmanente de la realidad; pero que precisa de este equilibrio, perdido cuando la apoteosis del idealismo disolvió su tensión crítica con el realismo. Eso habría ocurrido a todo lo largo de un largo milenio, comenzado con la transición de la antigüedad al bajo medioevo; durando hasta esta apoteosis de la modernidad, a la altura del siglo XVII, desde donde comenzaría la decadencia moderna, ahora apoteósica ella misma. Como ves, tiene muchos aspectos que cubrir y dilucidar, incluyendo el establecimiento de los diversos períodos históricos de esa evolución; es esa vastedad la que hace abrumadora dicha comprensión, pero induce con ello al éxtasis de la contemplación misma.

Bueno, dudo que esto mismo haya sido suficientemente claro, pero te sirve más o menos como referencia; que irías comprendiendo poco a poco, y con ello el trabajo mismo en que me he sumergido, con todas sus contradicciones y dificultades. No te lo he escrito para que participes o tengas una comprensión definitiva, de la que yo mismo carezco; sino para suplir esa otra carencia inevitable de la experiencia empática, del místico cuyo dios es más lejano que el del religioso, porque es la misma humanidad que rechaza.

Un saludo

Fra. Erasmo de la Cruz
Dios es más grande!

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