Afirmar que la segunda mitad del
siglo XX se caracteriza por la decadencia de la cultura, es más que todo un
cliché; no lo es sin embargo la disrupción de su entramado económico por el
desarrollo de nuevas tecnologías, como la internet. En general, esto no sólo brindó
un mayor acceso y alcance a los artistas, sino que lo hizo sobre la base de una
apoteosis en los niveles de educación; de modo que hablar de decadencia de la
cultura es por lo menos paradójico, si no francamente contrario a toda lógica.
No obstante, sería esta apoteosis
precisamente lo que marcaría esa decadencia, incluso si paradójicamente; y no
sólo directamente, como resultado del desarrollo dialéctico mismo, sino también
—y más gravemente aún— por la distorsión que introduce en sus determinaciones
económicas. Esa contradicción respondería a otra, que contrapone un mundo del
espíritu a otro de intereses económicos; y que siendo más común, alcanza
niveles ideológicos —y en ello políticos—, relativos al desarrollo del capitalismo
moderno.
Independiente de las
implicaciones filosóficas y hasta políticas, están sin embargo las
consecuencias económicas; que resultan en esa disrupción del entramado de la industria
especializada de la cultura, incluso desde el nivel primario de los servicios.
La afectación será general, y con ramificaciones fractales sobre toda la industria;
desde la editorial y sus prácticas mercantiles —que devienen en mercantilistas—
hasta la prensa, especialmente dependiente de la industria misma del mercadeo.
El consumo de arte especializado se
hace tan precario que termina encareciéndose en espiral, hasta terminar en una
industria elitista; que incapaz de generar dividendos por sí misma, se hace
cada vez más dependiente de un sistema de subvenciones insostenible a largo
plazo. En otra espiral por la que la clase media, crecientemente depauperada
por el deterioro paralelo del capitalismo, va a buscar alternativas propias;
pero que lejos de desarrollar medios sostenibles, se da a emular los medios e
industrias tradicionales.
El resultado, es un aceleramiento
del proceso de decadencia general de la cultura, sobre la base de una
importancia política; que así la integra cada vez más a ese deterioro general
de las relaciones capitalistas, en que decae el mundo moderno desde aquella
apoteosis del siglo XVIII. Como curiosidad, vale destacar que ese siglo XVIII
sería la culminación de un período de cinco siglos, comenzado en el siglo XIII;
cuando culminando la transición del alto al bajo medioevo, comenzaba la otra
hacia la Modernidad, con su revolución científico-técnica —relativa a los modos
de producción.
Como principio, y en cuanto
relativa al desarrollo dialéctico, la espiral de deterioro sería
imparable; a menos que algún tipo de disrupción natural, como una catástrofe,
cree las condiciones de excepción que la detengan. Después de todo, la realidad
misma es el continuo de un precario equilibrio entre sus determinaciones; que
como trascendentes por su carácter formal, serían las que la resuelven en su
inmanencia.
Esa habría sido la condición que
terminaría por establecer el modelo democrático en Grecia, con el llamado cataclismo
minoico; y explicaría a su vez esa misma precariedad del modelo, que sólo
consigue consolidarse con el capitalismo moderno, también peligrando con este.
Esa sería entonces la condición necesaria, que permita la recuperación del
desarrollo económico y político posterior a la apoteosis y decadencia modernas;
pero también con estos, el de la cultura especializada como su expresión
natural, con tal que refleje este desarrollo original.
Es decir, se trataría de un arte
que refleje la nueva realidad de ese desarrollo original del capitalismo y la
democracia; y que por tanto no emule ni en su producción ni en sus alcances al
que decae con los viejos modos, a todo lo largo del periodo postmoderno. Un
arte que, apelando a la capacidad individual, pueda esquivar entonces la presión
presupuestaria; aunque para ello deba renunciar al valor institucional que
precisamente lo condujo a su decadencia, que es donde se requiere el valor
pionero.
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