La
gran prueba del fracaso de la política cultural cubana estaría en el de su
exilio, que sólo ha podido desarrollarse con los instrumentos que esta le ha
ofrecido; y que no ha podido satisfacer sus propias expectativas en este
sentido, probablemente porque ha hecho de ese su propio fin y objeto, en vez de
una realización cabal. No hay que equivocarse, los sistemas son abstractos
incluso en su manifestación más concreta; pues la única realidad que poseen es
la que le transmiten las personas concretas, que lo integran en su propia
realización.
Culparlos
así de un fracaso o un éxito es absurdo, pues estos son siempre de esas
personas concretas; pero también sirven de referente, en ese mismo sentido en
que se definen por estas dichas personas concretas. Sería por eso por lo que
incluso una disidencia política se define por ese objeto del que disiente, en
este caso dicha revolución; tal y como el ateísmo se define a sí mismo en la
negación de Dios —por ejemplo—, que es entonces por esa misma existencia que se
niega.
En
este sentido, la especialización de una élite intelectual en el exilio cubano
proviene directamente de la de la revolución cubana; no, como cabría esperarse,
de un proceso de especialización propia, en que ese exilio segrega su propia
élite. Es decir, se trata de una élite ya formada al interior de las
estructuras culturales de la revolución; incluso si esta formación es
contradictoria y dificultada, y que entonces se posiciona respecto a ese
sistema del que proviene.
En
el caso de las élites intelectuales, el problema puede provenir de la evolución
misma de la cultura en Occidente; de la que la evolución peculiar de la
revolución cubana participa en tanto occidental, aunque esa peculiaridad suya
aporte precisamente el modo específico en que participa de dicha evolución. Al
respecto, el problema común es que las nuevas élites intelectuales no son
originales y no desarrollan objetos propios; sino que creciendo a la sombra del
apogeo intelectualista de la cultura moderna, ya después de la segunda mitad
del siglo XX carecen de consistencia propia.
En
ese momento, ya la cultura en general ha sido subordinada a las determinaciones
económicas de la realidad; que en la forma del mercado como una institución
suficiente, convierte a la cultura en otra de esas determinaciones que provee.
Hasta ese momento, al no estar subordinada al mercado, la cultura especializada
proveía determinaciones propias; que se resolvían en una reflexión existencial
con referentes propios, al margen de la convencionalidad de las subestructuras dadas,
como la filosofía y la política.
Eso
no tiene por qué ser una falencia histórica, si en definitiva lo propio de todo
apogeo es producir una decadencia y viceversa; y así como el exilio cubano no
ha producido un Lezama Lima ni un Alejo Carpentier o un Mañach, tampoco lo ha
hecho la institucionalidad oficial. De hecho, tampoco México ha producido otro
Octavio Paz ni otra Elena Garro, como Argentina no ha producido otro Julio Cortázar
o Jorge Luis Borges; muy probablemente porque se trata de un momento muy
específico de la evolución de esa cultura que los produjo, y que por ende ya no
necesita seguirlos produciendo.
Dentro
de ese espectro, las élites provistas por la revolución cubana participarían de
ese mismo proceso de toda la cultura occidental; pero con una mayor precariedad
en el caso de las élites disidentes, por cuanto carecen de la institucionalidad
de las oficialistas. Esto se vería de modo especial en la proliferación de
proyectos institucionales en revistas, eventos y agrupaciones, que tratan de mimetizar
los oficialistas; pero con la diferencia grave de la falta de presupuesto y
toda forma de sustento práctico, que las hace especialmente dependientes del
problema político.
Esto
es especialmente grave, pues no sólo van a tratar de mimetizar a esas instituciones
oficiales funcionalmente; sino que también van a ser más dependientes de la conflictividad
política de la revolución cubana, como única fuente de legitimidad. Es producto
de eso que, dentro de la tendencia postmoderna al contenidismo, estas élites
van a ser especialmente discursivas; redundando en una mayor dejación de los
presupuestos formales y estéticos, en función de la supremacía moral del
discurso, que es político.
Así,
incluso proyectos en general que pudieron haberse definido estéticamente,
quedan subordinados a esta precariedad política; que desplaza todo otro valor,
en función de esta supremacía política de la legitimidad del discurso. Quizás
el caso más grave sea el de Reinaldo Arenas y la revista Mariel, como un
entorno que crecerá alrededor suyo; y que si en principio tuvo suficiencia
estética, por los autores concretos que agrupó, terminaría subordinándolos a su
urgencia política.
El
mismo Arenas, ya desde el inicio de sus confrontaciones con el régimen sufre
esta derivación de objeto final; dejando sin cumplir las promesas estéticas
establecidas con su novela (Celestino antes del alba) como un canon suficiente
y esplendoroso. Junto al caso de Arenas estaría el de escritores como Heberto
Padilla o de Linden Lane Magazine, la revista que fundó junto a la poeta Belkis
Cuza Malé; resultando todo en el establecimiento del espectro cultural del
exilio como un feudo, en el que las posiciones se subordinan en función de poder
y lealtades personales.
Todos
los proyectos desarrollados desde ese punto, con la revista Mariel como
pináculo, van a responder a esta falencia; con la única salvedad probablemente
en la peculiaridad de las ediciones Universal, que desde un inicio se
estableció como una empresa capitalista y privada. En principio ediciones
Universal carece de todo interés y alcance estético, pero su carácter económico
garantiza su probidad; en el sentido de la dinámica que crea, segregando una
élite —siquiera estéticamente menor— al interior de ese exilio, y por ello
propia del mismo.
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