Wednesday, October 16, 2019

Notas acerca de la cultura cubana



La gran prueba del fracaso de la política cultural cubana estaría en el de su exilio, que sólo ha podido desarrollarse con los instrumentos que esta le ha ofrecido; y que no ha podido satisfacer sus propias expectativas en este sentido, probablemente porque ha hecho de ese su propio fin y objeto, en vez de una realización cabal. No hay que equivocarse, los sistemas son abstractos incluso en su manifestación más concreta; pues la única realidad que poseen es la que le transmiten las personas concretas, que lo integran en su propia realización.

Culparlos así de un fracaso o un éxito es absurdo, pues estos son siempre de esas personas concretas; pero también sirven de referente, en ese mismo sentido en que se definen por estas dichas personas concretas. Sería por eso por lo que incluso una disidencia política se define por ese objeto del que disiente, en este caso dicha revolución; tal y como el ateísmo se define a sí mismo en la negación de Dios —por ejemplo—, que es entonces por esa misma existencia que se niega.

En este sentido, la especialización de una élite intelectual en el exilio cubano proviene directamente de la de la revolución cubana; no, como cabría esperarse, de un proceso de especialización propia, en que ese exilio segrega su propia élite. Es decir, se trata de una élite ya formada al interior de las estructuras culturales de la revolución; incluso si esta formación es contradictoria y dificultada, y que entonces se posiciona respecto a ese sistema del que proviene.

En el caso de las élites intelectuales, el problema puede provenir de la evolución misma de la cultura en Occidente; de la que la evolución peculiar de la revolución cubana participa en tanto occidental, aunque esa peculiaridad suya aporte precisamente el modo específico en que participa de dicha evolución. Al respecto, el problema común es que las nuevas élites intelectuales no son originales y no desarrollan objetos propios; sino que creciendo a la sombra del apogeo intelectualista de la cultura moderna, ya después de la segunda mitad del siglo XX carecen de consistencia propia.

En ese momento, ya la cultura en general ha sido subordinada a las determinaciones económicas de la realidad; que en la forma del mercado como una institución suficiente, convierte a la cultura en otra de esas determinaciones que provee. Hasta ese momento, al no estar subordinada al mercado, la cultura especializada proveía determinaciones propias; que se resolvían en una reflexión existencial con referentes propios, al margen de la convencionalidad de las subestructuras dadas, como la filosofía y la política.

Eso no tiene por qué ser una falencia histórica, si en definitiva lo propio de todo apogeo es producir una decadencia y viceversa; y así como el exilio cubano no ha producido un Lezama Lima ni un Alejo Carpentier o un Mañach, tampoco lo ha hecho la institucionalidad oficial. De hecho, tampoco México ha producido otro Octavio Paz ni otra Elena Garro, como Argentina no ha producido otro Julio Cortázar o Jorge Luis Borges; muy probablemente porque se trata de un momento muy específico de la evolución de esa cultura que los produjo, y que por ende ya no necesita seguirlos produciendo.

Dentro de ese espectro, las élites provistas por la revolución cubana participarían de ese mismo proceso de toda la cultura occidental; pero con una mayor precariedad en el caso de las élites disidentes, por cuanto carecen de la institucionalidad de las oficialistas. Esto se vería de modo especial en la proliferación de proyectos institucionales en revistas, eventos y agrupaciones, que tratan de mimetizar los oficialistas; pero con la diferencia grave de la falta de presupuesto y toda forma de sustento práctico, que las hace especialmente dependientes del problema político.

Esto es especialmente grave, pues no sólo van a tratar de mimetizar a esas instituciones oficiales funcionalmente; sino que también van a ser más dependientes de la conflictividad política de la revolución cubana, como única fuente de legitimidad. Es producto de eso que, dentro de la tendencia postmoderna al contenidismo, estas élites van a ser especialmente discursivas; redundando en una mayor dejación de los presupuestos formales y estéticos, en función de la supremacía moral del discurso, que es político.

Así, incluso proyectos en general que pudieron haberse definido estéticamente, quedan subordinados a esta precariedad política; que desplaza todo otro valor, en función de esta supremacía política de la legitimidad del discurso. Quizás el caso más grave sea el de Reinaldo Arenas y la revista Mariel, como un entorno que crecerá alrededor suyo; y que si en principio tuvo suficiencia estética, por los autores concretos que agrupó, terminaría subordinándolos a su urgencia política.

El mismo Arenas, ya desde el inicio de sus confrontaciones con el régimen sufre esta derivación de objeto final; dejando sin cumplir las promesas estéticas establecidas con su novela (Celestino antes del alba) como un canon suficiente y esplendoroso. Junto al caso de Arenas estaría el de escritores como Heberto Padilla o de Linden Lane Magazine, la revista que fundó junto a la poeta Belkis Cuza Malé; resultando todo en el establecimiento del espectro cultural del exilio como un feudo, en el que las posiciones se subordinan en función de poder y lealtades personales.

Todos los proyectos desarrollados desde ese punto, con la revista Mariel como pináculo, van a responder a esta falencia; con la única salvedad probablemente en la peculiaridad de las ediciones Universal, que desde un inicio se estableció como una empresa capitalista y privada. En principio ediciones Universal carece de todo interés y alcance estético, pero su carácter económico garantiza su probidad; en el sentido de la dinámica que crea, segregando una élite —siquiera estéticamente menor— al interior de ese exilio, y por ello propia del mismo.

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