No hace mucho, la cantante de rap
norteamericana fue ridiculizada por la extrema vulgaridad de un video clip; el
número se llama The twerk’s song, y como su nombre indica, lo que muestra es un
yate lleno de mujeres haciendo esa forma de baile. La controversia es banal por
su moralismo inevitable, pero también apunta a esa degradación también
inevitable; por la que la cultura negra en los Estados Unidos se ha reducido a
esta hiper sexualización como signo de identidad, lo mismo racial que de género;
cuando esa ha sido precisamente una de las quejas recurrentes contra la
manipulación exacta de esas mismas minorías, como la forma más perversa del
racismo.
Como respondiendo a un diseño, la
controversia sale a la luz al mismo tiempo que la serie BET; que recreando la
formación del Black Entertainement Television, fue una apuesta para dignificar
la singularidad cultural de esta raza. El problema se ha revelado a sí mismo
entonces como una peculiaridad del merado, que todo lo corrompe de forma
inevitable; no porque el mercado sea corrupto en sí mismo, pero al menos porque
reajusta los intereses comprometidos, cambiando el objetivo prioritario de
forma progresiva. De esa forma, el BET devino en el conducto perfecto para
mostrar el potencial capitalizable de la cultura negra; de modo que se le
fijaron estándares de convencionalidad propios, como ese mimetismo del sentido
del éxito entre los blancos. De ahí aberraciones como esa del Twerk’s song, por
una cantante que por otra parte es de las más vistosas del mundo del hip hop;
pero cuando este se ha corrompido, hasta el punto de que ya no es muestra de
autenticidad en tanto marginal, sino de mimetismo en su convencionalidad.
Esa misma es la dinámica de las
publicaciones especializadas, incluso cuando esta especialidad es la ciencia y
sus objetivos; porque todo pasa a ser mediado por una élite generada alrededor
de dicha publicación, que así deviene en una clase aparte. Es esta, como la
burocracia intelectual, la que en definitiva sienta parámetros y reparte
dividendos; siempre y también inevitablemente en función de los individuos
concretos que la conforman, que así es como operan el cambio en los objetivos y
por ende en los resultados finales. La fuente de corrupción es siempre el
dinero, porque es el que confiere el poder de hacer las cosas; y con ello
retiene esa facultad en sí mismo, por sobre los individuos a los que entonces
dirige en una dirección u otra.
Esperar otra cosa del
comportamiento humano es antinatural, y es también y por ende inviable; que es
el problema del idealismo, como un sistema que es ideológico, y que por ello no
es realista en ningún modo posible. De hecho, eso es lo que explica la fatalidad
de sistemas políticos enteros, como el del socialismo; que planteándose un
modelo utópico, este es en ello un esquema ideal, que deviene en distópico, al
constreñir la realidad a sus propias necesidades políticas. Comprometerse en
una actividad sistemática de ese corte, es igual que la evangelización de los
pueblos o la redención de los pobres; es decir, un error de principio, que
ignora la inefabilidad del espíritu humano, y su entera sujeción —hasta por
principio— a intereses particulares; que pueden ser por demás tan terribles y
sutiles como el hedonismo, y que en todo caso son los que terminan dictando la
razón trascendente del Ser.
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