Esta película es tratada por la crítica como una
parodia del cine de horror, lo que puede ser muy reductivo; lo cierto es que
nunca llega a causar verdadero horror, y uno duda si en algún momento se
plantea siquiera esa posibilidad. No obstante, como parodia podría tratarse de
una parábola moral, que con algo de torcido humor critica el mundo del mercado
del arte contemporáneo; ojo, que no se trata en ningún caso de una crítica del
mercado como mercado, sino de esos vicios que terminan por corromperlo todo. En
algunos casos, las escenas de terror son descritas con parsimonioso énfasis en
el absurdo de la situación misma; para resultar en una doble parodia acerca del
snobismo de ese llamado arte contemporáneo, y su ya dicha corrupción
mercantilista.
Especial mención merece (spoiler) la descripción de
la escena —que no se ve— en que se encuentra uno de los cadáveres; que
confundido con una pieza de arte, que expuesto y termina con niños chapoteando
entre la sangre. En otro momento, un galerista va al estudio del artista y
elogia unas bolsas de basura; el artista lo corrige, diciéndole que no es arte,
pero con una seriedad que hace más deprimente aún la confusión. Con ese tipo de
viñetas pululando a lo largo de tramas y subtramas, es difícil no creer que la
parodia es sobre el mercado; y lo terrorífico es apenas un recurso estético
para armar este discurso, que no pretendería siquiera ser moral, sino meramente
realista. Los elementos del género de terror son sin embargo muy bien usados en
este otro sentido, remarcando con sutileza la doble intención; por más que el
argumento mantiene ciertas incongruencias, como la relación necesaria entre el
origen del terror y los modos puntuales en que ocurre.
Según el guion, un artista anónimo deja
instrucciones para la destrucción de su obra después de su muerte; una
galerista la descubre y se decide a explotarla, a pesar de las disposiciones
del autor muerto. Esa obra, hecha con elementos ya desconcertantes, parece
contener un espíritu propio que se encarga de los usureros; pero la desgracia
de estos no siempre está en relación directa con esa obra, que es en lo que se
pierde la congruencia. No obstante, eso se puede superar con una dosis
suficiente de fe poética, apoyada por la textura general del filme; para lo que
el mismo aporta unas actuaciones en perfecta consonancia con su propuesta de
comedia de horror, y situaciones al punto de lo hilarante —aunque contenido en
bien de la sobriedad—.
Las actuaciones son espectaculares, sobre todo la de
la dupla formada por René Ruso y Jake Gyllenhaal;
secundados por unas no menos espectaculares Toni Collete y Zawe Ashton,
perfectas en sus respectivos roles. De los cuatro, sobresaldría la actuación de
Gyllenhaal, que consigue los amaneramientos que no necesitan sus contrapartes;
algo que puede ponerlo en la mira crítica de la ideología de género, como una
reducción caricaturesca de su personaje. Lo cierto es que su personaje contiene
los elementos caricaturescos, que complementa la fuerza aplastante del de la
Ruso; dándole la oportunidad que no le brindan sus personajes habituales, que
le hacen brillar por contexto e historia pero sin pausa para el histrionismo.
Es difícil que el
mundo aquí satirizado se entere de que está siendo objeto de crítica, es
demasiado narcisista y deshonesto para eso; pero de eso se trataría
precisamente, definiéndolo como una burbuja destinada a consumirse en sí misma,
sin reproducción natural. Es difícil que él director se haya planteado un
propósito tan trascendente en su humanismo, más probable es que sólo explore el
filón de estas contradicciones; que es más dramático cuanto más paródica la
descripción, como es en definitiva la facultad reflexiva propia de las artes. Velvet Buzzsaw puede decirse
entonces aporta esta agudeza del análisis crítico de la realidad, cada vez más
compleja en cuanto más humana; y lo hace con esa gracia de comedia ligera, que
pueda darse el lujo de los grandes discursos, no por sus sermones sino por sus
alcances.
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