Sunday, October 28, 2018

Las dos alas del pájaro que no vuela


Desde los tiempos inmemoriales de romanos, persas y seléucidas, el imperialismo ha sido una estructura supranacionalista; eso sería precisamente lo que le permitiera integrar la variedad de naciones que integraba, sujeta a una convención general. El problema es que Estados Unidos es una nación moderna, que por tanto disfraza su proyección imperial en otras convenciones; que por lo sesgadas le impiden concretar esa cohesión supranacional de todo imperio, agotándolo en mezquindades culturales. 
Sin embargo, si ese ha sido el error norteamericano con Puerto Rico, ha sido también la falencia del independentismo boricua; que ha permitido que este conflicto real sea secuestrado por los intereses más sesgados de una ideología política, que así obstaculiza toda proyección. De ahí el impasse eterno, en que permanecen abracados los Estados Unidos y la menor de las Antillas Mayores; enredados todos en discusiones bizantinas, acerca de si es dable la estadidad o la independencia, como si ese fuera el problema. 
De hecho, ni la estadidad ni la independencia son posibles en Puerto Rico, justo por esta incapacidad reflexiva; de modo que el país vaga en brazos de la corrupción rampante, drenando los últimos reductos de su reserva moral. Lo curioso es que la situación se justifica en el suprematismo moral de una facción, frente al aparente pragmatismo de la otra; es decir, como si se trata del antimperialismo de izquierdas contra el cinismo económico de derechas, como entre revolucionarios y conservadores. 
Ambas posiciones sin embargo son inconsistentes, demostrando nuevamente la incapacidad real para resolver el problema; que reside en la incapacidad primera para enfrentarlo como lo que es, una situación dada que requiere una estrategia. Ni la izquierda progresista es antimperialista, ni la derecha es económicamente cínica y conservadora; y ni siquiera eso es importante ante la necesidad real, que es la de una estrategia política, más allá de las abstracciones ideológicas.
Los cubanos deberíamos no obstante abstenernos de opiniones, al menos mientras tengamos nuestro propio problema sin resolver; porque si bien es cierto que los puertorriqueños han fallado con insistencia al dejarse ideologizar por la izquierda, los cubanos lo hemos permitido. Los cubanos podremos alegar la legitimidad de nuestro resentimiento respecto al problema puertorriqueño, sin que eso resuelva nada; lo cierto es que no hemos sido capaces de ganarlos en una alianza, igual de estratégica que la que tendrían ellos con más pragmatism.
Lago ha de haber de naturaleza en semejante fatalidad, porque igual los cubanos hemos sido incapaces de otras alianzas; no sólo no hemos podido ganar la de los puertorriqueños, tampoco la de los negros norteamericanos, ni la del populismo latinoamericano. En todos los casos el gobierno cubano nos ha tomado la delantera, y nosotros no hacemos sino llorar orgullosos, impotentes e incapaces; el día que podamos resolver esa falencia nuestra, quizás portemos también con ello una solución para los boricuas, que incautos subordinaron su independencia a la nuestra.

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