Desde los tiempos inmemoriales de romanos, persas y seléucidas, el
imperialismo ha sido una estructura supranacionalista; eso sería precisamente
lo que le permitiera integrar la variedad de naciones que integraba, sujeta a
una convención general. El problema es que Estados Unidos es una nación
moderna, que por tanto disfraza su proyección imperial en otras convenciones;
que por lo sesgadas le impiden concretar esa cohesión supranacional de todo
imperio, agotándolo en mezquindades culturales.
Sin embargo, si ese ha sido el error norteamericano con Puerto Rico, ha
sido también la falencia del independentismo boricua; que ha permitido que este
conflicto real sea secuestrado por los intereses más sesgados de una ideología
política, que así obstaculiza toda proyección. De ahí el impasse eterno, en que
permanecen abracados los Estados Unidos y la menor de las Antillas Mayores; enredados
todos en discusiones bizantinas, acerca de si es dable la estadidad o la
independencia, como si ese fuera el problema.
De hecho, ni la estadidad ni la independencia son posibles en Puerto Rico,
justo por esta incapacidad reflexiva; de modo que el país vaga en brazos de la
corrupción rampante, drenando los últimos reductos de su reserva moral. Lo
curioso es que la situación se justifica en el suprematismo moral de una
facción, frente al aparente pragmatismo de la otra; es decir, como si se trata
del antimperialismo de izquierdas contra el cinismo económico de derechas, como
entre revolucionarios y conservadores.
Ambas posiciones sin embargo son inconsistentes, demostrando nuevamente la
incapacidad real para resolver el problema; que reside en la incapacidad
primera para enfrentarlo como lo que es, una situación dada que requiere una
estrategia. Ni la izquierda progresista es antimperialista, ni la derecha es
económicamente cínica y conservadora; y ni siquiera eso es importante ante la
necesidad real, que es la de una estrategia política, más allá de las
abstracciones ideológicas.
Los cubanos deberíamos no obstante abstenernos de opiniones, al menos
mientras tengamos nuestro propio problema sin resolver; porque si bien es
cierto que los puertorriqueños han fallado con insistencia al dejarse ideologizar
por la izquierda, los cubanos lo hemos permitido. Los cubanos podremos alegar
la legitimidad de nuestro resentimiento respecto al problema puertorriqueño,
sin que eso resuelva nada; lo cierto es que no hemos sido capaces de ganarlos
en una alianza, igual de estratégica que la que tendrían ellos con más
pragmatism.
Lago ha de haber de naturaleza en semejante fatalidad, porque igual los
cubanos hemos sido incapaces de otras alianzas; no sólo no hemos podido ganar
la de los puertorriqueños, tampoco la de los negros norteamericanos, ni la del
populismo latinoamericano. En todos los casos el gobierno cubano nos ha tomado
la delantera, y nosotros no hacemos sino llorar orgullosos, impotentes e
incapaces; el día que podamos resolver esa falencia nuestra, quizás portemos también
con ello una solución para los boricuas, que incautos subordinaron su
independencia a la nuestra.
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