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El problema puertorriqueño no es
simple, sino que se enreda en la maraña de una paradoja continua; empezando por
un espectro de opinión, en que el independentismo goza de un cuatro por ciento de
intención, mientras las opciones coloniales se reparten el resto; pero a la vez
que toda expresión artística se alimenta en esa catarsis nacionalista, en la
más obscena de las desproporciones. La razón es esquiva, pero parece residir en
el pragmatismo económico del pueblo; que sin embargo resulta en una contradicción
esquizoide, ya que todo ese pragmatismo se niega a esa otra negación (ontológica)
que eso implica.
El problema podría residir entonces
en una incapacidad del arte para reflexionar una salida real a esa necesidad que
revela; pues no hace sino subordinarse al trascendentalismo ético de sus élites
intelectuales, que son las que lo hacen; y que como toda élite intelectual,
desde que se establece como clase, viven de que los problemas existan y no de solucionarlos.
En ese sentido, es triste ver la soleadas de sus historiadores, pródigos como
los politólogos cubanos ante un café con leche; justificándose en la épica del
antimperialismo internacional, sin ver los horrores que apoyan y justifican con
eso.
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Los intelectuales y artistas
puertorriqueños se aferran al discurso reivindicativo del gobierno cubano, por
ejemplo; sin pensar en cuánto se alejan de su propia realidad con eso, igual
que los negros cubanos cogen las becas de las universidades norteamericanas; y más
aún, como estos, se prestan a la manipulación cínica —con el pretexto de la
estrategia política— de un gobierno que no duda en prostituir y escarnecer a su
propio pueblo. El arte y la intelectualidad puertorriqueña agradecen la
plataforma política de la revolución cubana, que hace mucho que no es
revolucionaria; y le profesan una lealtad, con la que se enajenan ofensivos la
solidaridad del pueblo real de Cuba, que no es su gobierno y puede ser su mejor
aliado en el imperio.
Simplemente, mientras el
nacionalismo boricua sea secuestrado por la izquierda internacional, padecerá sus
vicisitudes; y ya va siendo hora de preguntarse si este no es el problema de
raíz, cuando se subordinó su independencia de España a la cubana. En efecto,
los historiadores puertorriqueños todavía debaten si la guerra cubana estaba
ganada o perdida al momento de la intervención norteamericana; en vez de ceder
el paso a una diplomacia audaz y creativa, capaz de labrarse alianzas efectivas
dentro del poderoso exilio cubano; al que además desdeñan con ese supremacismo
ético de los revivalistas, por la doblez del falso liberalismo demócrata.
No des de extrañar que este arte
no pueda aportar una solución a sus propios problemas, abocado al ajeno; como
perro de presa del gobierno cubano, que lo azuza en sus propios intereses, como
a los negros de Harlem. El pueblo puertorriqueño no es soberano, pero el pueblo
cubano tampoco lo es y a ellos no les importa; no tienen entonces de dónde
sacar referencias ontológicas propias, embobecidos por esa épica trascendente con que se engaña a los
pueblos.
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