El problema con el arte en Miami puede
residir en que no se trata de un crecimiento natural y propio, sino artificial
e impuesto en ella; es decir, se trata del espacio en que se tratan de realizar
las aspiraciones personales de gente que no creció aquí, y que así le imponen
sus propias necesidades a la ciudad. Sería por eso, por ejemplo, que dependan
tanto de dinero público y relaciones personales, compitiendo todos por cierta
visibilidad; de modo que deviene en un mercado de corrupción y clientelismo
antes que de arte, en el que incluso esa visibilidad se desvaloriza, por esta
corrupción intrínseca suya.
Esto pondría la solución en crear
el espacio para un crecimiento espontáneo, según las necesidades naturales de
la ciudad; pero eso no se puede conseguir con un desplazamiento de las
convenciones ya establecidas, y enraizadas como propias; sino al margen de estas,
y con el menor intercambio posible con las mismas, de modo que no puedan condicionar
ese crecimiento. Eso significaría eliminar las posibilidades aparentes, que en
realidad funcionan como monopolios de ese falso mercado clientelista y
corrupto; y eso va desde la disponibilidad de espacios públicos y semi privados
—como las librerías de Books & Books y la FIL Miami, por ejemplo— a las
reseñas en El Nuevo Herald como virtualmente único periódico local.
Por supuesto, parte de esos
espacios semi públicos es el de los debates políticos, sean estos del exilio
cubano o la inmigración haitiana; porque funcionarían como esa extensión
clientelista, que termina por corromper todo crecimiento al imponerle sus
propias condiciones; ya que en realidad se trataría de seudo feudos, manejados
por personalidades en provecho propio, que así se erigen en autoridades semi absolutas.
Sin embargo, esto último también apunta al motivo de que esa corrupción resulte
prácticamente insuperable hasta el día de hoy; y se trata de la aparente falta
de recursos propios, por los que los artistas acceden a ese condicionamiento
espurio de su propio desarrollo, y por ende del alcance efectivo de su arte. Aquí
el problema está en la apreciación de los recursos efectivos que sí se poseen y
que consisten en el capital humano; pero que conllevaría al reconocimiento de estos
como individualidades plenas e incondicionales, tanto como a su retribución.
Aquí convergen obviamente otros
problemas, como la desproporción entre recursos y pretensiones, y que nos hace
exigir el máximo de los otros por nuestra inversión mínima; lo que no tiene que
ver sólo —aunque también— con corrupción, sino mayormente con sentido común y
humildad en el criterio propio. En general, no obstante, todo depende de la
pretensión misma del artista, que accede a esa minimización que lo somete y
corrompe; o que por el contrario, consciente de sus verdaderas necesidades,
enfrenta el nivel de dificultad, y se preserva en toda la pureza posible del
esfuerzo real.
No importa cuánto cerremos los
ojos, todos podemos percibir nuestras falencias y la fuerza real con que
contamos; por eso, no importa cuánto digamos lo contrario, sabemos que esas
reseñas son mediocres, porque son demasiado baratas. Eso también explica el
estado deplorable de esas portadas, con las que los escritores deciden esquivar
el costo mínimo de un diseño decente; pero que se revierte sobre ellos mismos,
porque los califica en sus verdaderas pretensiones, además de agotarlos en el
esfuerzo así improductivo. Como mismo, los editores que son en realidad
impresores, porque viven del dinero de los escritores y no de una gestión real
de ventas; o peor aún, más barato e inconsistente todavía, del supuesto prestigio
que puedan derivar de esos servicios, de la literatura como un mercado de
pulgas.
Nada hay más lastimero que la
lástima, y esta es peor cuando es propia del artista sobre sí mismo; porque es
esa falta de fe inicial la que socava la fuerza de su proyecto, y por ahí sólo
conduce a su disolución. El problema, como siempre, consiste en la comprensión
de esta paradoja, por la que la mayor dificultad es siempre uno mismo; también,
obviamente, la única solución plausible, pero condicionada por esta comprensión
primera. Como perspectiva, sólo recordar que no hay fenómeno que no haya sido
de mercado, y con ello de proyección inteligente; sea esta espontánea, como
aquella del Boom latinoamericano o el trascendentalismo épico de las
vanguardias, que fueron tejidos por sus agentes; porque sólo trasciende lo que
de hecho es, y sólo como eso que estricta y verdaderamente es, no lo que
pretende.
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