Wednesday, June 6, 2018

Nuevo Dasein, o Miami’s eyes wide shut!


El problema con el arte en Miami puede residir en que no se trata de un crecimiento natural y propio, sino artificial e impuesto en ella; es decir, se trata del espacio en que se tratan de realizar las aspiraciones personales de gente que no creció aquí, y que así le imponen sus propias necesidades a la ciudad. Sería por eso, por ejemplo, que dependan tanto de dinero público y relaciones personales, compitiendo todos por cierta visibilidad; de modo que deviene en un mercado de corrupción y clientelismo antes que de arte, en el que incluso esa visibilidad se desvaloriza, por esta corrupción intrínseca suya.

Esto pondría la solución en crear el espacio para un crecimiento espontáneo, según las necesidades naturales de la ciudad; pero eso no se puede conseguir con un desplazamiento de las convenciones ya establecidas, y enraizadas como propias; sino al margen de estas, y con el menor intercambio posible con las mismas, de modo que no puedan condicionar ese crecimiento. Eso significaría eliminar las posibilidades aparentes, que en realidad funcionan como monopolios de ese falso mercado clientelista y corrupto; y eso va desde la disponibilidad de espacios públicos y semi privados —como las librerías de Books & Books y la FIL Miami, por ejemplo— a las reseñas en El Nuevo Herald como virtualmente único periódico local.

Por supuesto, parte de esos espacios semi públicos es el de los debates políticos, sean estos del exilio cubano o la inmigración haitiana; porque funcionarían como esa extensión clientelista, que termina por corromper todo crecimiento al imponerle sus propias condiciones; ya que en realidad se trataría de seudo feudos, manejados por personalidades en provecho propio, que así se erigen en autoridades semi absolutas. Sin embargo, esto último también apunta al motivo de que esa corrupción resulte prácticamente insuperable hasta el día de hoy; y se trata de la aparente falta de recursos propios, por los que los artistas acceden a ese condicionamiento espurio de su propio desarrollo, y por ende del alcance efectivo de su arte. Aquí el problema está en la apreciación de los recursos efectivos que sí se poseen y que consisten en el capital humano; pero que conllevaría al reconocimiento de estos como individualidades plenas e incondicionales, tanto como a su retribución.

Aquí convergen obviamente otros problemas, como la desproporción entre recursos y pretensiones, y que nos hace exigir el máximo de los otros por nuestra inversión mínima; lo que no tiene que ver sólo —aunque también— con corrupción, sino mayormente con sentido común y humildad en el criterio propio. En general, no obstante, todo depende de la pretensión misma del artista, que accede a esa minimización que lo somete y corrompe; o que por el contrario, consciente de sus verdaderas necesidades, enfrenta el nivel de dificultad, y se preserva en toda la pureza posible del esfuerzo real.

No importa cuánto cerremos los ojos, todos podemos percibir nuestras falencias y la fuerza real con que contamos; por eso, no importa cuánto digamos lo contrario, sabemos que esas reseñas son mediocres, porque son demasiado baratas. Eso también explica el estado deplorable de esas portadas, con las que los escritores deciden esquivar el costo mínimo de un diseño decente; pero que se revierte sobre ellos mismos, porque los califica en sus verdaderas pretensiones, además de agotarlos en el esfuerzo así improductivo. Como mismo, los editores que son en realidad impresores, porque viven del dinero de los escritores y no de una gestión real de ventas; o peor aún, más barato e inconsistente todavía, del supuesto prestigio que puedan derivar de esos servicios, de la literatura como un mercado de pulgas.

Nada hay más lastimero que la lástima, y esta es peor cuando es propia del artista sobre sí mismo; porque es esa falta de fe inicial la que socava la fuerza de su proyecto, y por ahí sólo conduce a su disolución. El problema, como siempre, consiste en la comprensión de esta paradoja, por la que la mayor dificultad es siempre uno mismo; también, obviamente, la única solución plausible, pero condicionada por esta comprensión primera. Como perspectiva, sólo recordar que no hay fenómeno que no haya sido de mercado, y con ello de proyección inteligente; sea esta espontánea, como aquella del Boom latinoamericano o el trascendentalismo épico de las vanguardias, que fueron tejidos por sus agentes; porque sólo trasciende lo que de hecho es, y sólo como eso que estricta y verdaderamente es, no lo que pretende.

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