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Entre las paradojas de desarrollo del Marxismo
como materialismo histórico, está no sólo el determinismo de su visión
inmanentista; que reproduciría los vicios del trascendentalismo tradicional que
critica en ese inmanentismo, en su propia naturaleza idealista; sino que además
provee la primera distorsión, por la que ese inmanentismo deriva en un valor
doctrinal, con la reducción ideológica del Leninismo. Esta distorsión consistiría
a en el análisis del mismo Carlos Marx sobre el golpe de estado de Luis
Bonaparte, en su ensayo El 18 Brumario;
del que Lenin extrae toda su elaboración de la doctrina leninista del Marxismo,
con funciones de ortodoxia colegial y escolástica; tal y como las diferentes
iglesias que fundan en el cristianismo su doctrina, y entre las que prima el catolicismo
sólo por su mayor fortuna política.
El problema con este ensayo de Carlos Marx
estriba en que su valor es retórico, como una simple cuestión de estilo; que
aunque es eficiente como análisis crítico, limita sus alcances a los problemas
factuales del fenómeno que critica, en la ilustración de estos. Lejos de eso,
sin embargo, Marx le da connotaciones políticas, y distorsiona el ya excesivo
valor inmanentista de su doctrina económica, con el falso trascendentalismo de
la nueva moral; esto es, lo que terminará derivando la moral socialista, y qué
no es más que la vieja moral cristiana, actualizada con sus referencias al cristianismo
primitivo. Lo que hará Lenin es la organización excátedra de la doctrina
marxista, con la fijación de sus dogmas, definidos colegiadamente en las
universidades como escolástica; que luego la tradición resolverá con su hagiografía
y su calendario litúrgico, en un desarrollo incluso puntualmente paralelo al
del desarrollo del cristianismo.
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Todo esto funcionaría entonces como la
distorsión natural, que impone la distorsión posterior de los errores lógicos del
Marxismo; que son lógicos por su propia determinación irracional, en tanto
primera sistematización definitiva de la dialéctica hegeliana, que es de por sí
sobrehumana. Por su puesto, en todo esto incide el problema de la voluntad y él
ego, tan propio de la época que todavía nos afecta hoy día; como se observa de
la misma veneración acrítica que le profesa Federico Engels, y que sería como
la que Platón esperaba de Aristóteles; pero que en cambio funcionaría como su
apóstol Pedro, respecto al que Lenin sería San Pablo, en la extensión del Marxismo
a los gentiles.
El problema básico estriba en el planteamiento
de unas necesidades históricas supuestamente objetivas, que en tanto formales
son no sólo aparentes; sino que además en ello son propias de la percepción del
problema y no del problema mismo, cuando esta misma percepción es subjetiva y
circunstancial. Sería de ahí que provengan los problemas de percepción de las
necesidades histórica, y por ende de la proyección de su satisfacción; cuya
racionalización es inevitablemente reductiva, y por ende contradictoria con la
propia determinación irracional de las mismas.
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