El reciente escándalo sobre abuso
sexual en Hollywood es bueno, por las mismas razones que lo fue con la iglesia
católica; porque pone fin a un estado de cosas, y resquebraja el poder
incuestionable del falso liberalismo como élite política; incluso más inmune
que el conservadurismo tradicional, en esa suerte de suprematismo moralista, con el que sólo reconoce autoridad a su propia racionalización de las cosas. Lo de
menos es la hipocresía del escándalo mismo, pues ese estado de cosas era conocido
y justificado en necesidades banales; pero deja claro, veinte años después del de Boston contra la iglesia católica, que toda prepotencia termina por su insospechada
debilidad.
El de Harvey Weinstein es el
caso de todo poder establecido, que no es sólo el de la religión tradicional; sino el de la estructuralidad perversa de toda organización política, que es
lo que era o aún es esa iglesia tradicional. Eso también es lo que es Hollywood,
como la meca del poder y la riqueza, de toda banalidad y arrogancia, la casa de
Mamón; y esa humillación que ahora protestan sus mujeres es también a la que ha
sido sometida toda humanidad en su naturaleza; como es también una humillación
auto infligida, pues esa arrogancia es así mismo el signo del triunfo en toda su vulgaridad
y su cinismo. No es menos importante el rechazo al
cómico James Carden, cuando trató de sacar provecho de la crisis de Weinstein;
que es la forma en que, con una supuesta crítica, los medios manejan su control
de daños, minimizándolos en su banalidad. Más allá de si tenía razón o no,
la burla de James fue
cobarde y oportunista, pues hasta ahora no había tocado a Weinstein ni con el pétalo de una rosa, aunque sus tropelías
eran de sobra conocidas.
El caso también y de paso muestra
cuál es la función de la cultura norteamericana, como culmen y apoteosis de la
Modernidad; con esa naturaleza básicamente popular, que en su calvinismo sobrio
y feroz blande siempre las tesis luteranas contra el poder dado, sea el que sea.
Se trata del mismo humanismo que incomprendido por el de los racionalistas
franceses, se fortaleció con el individualismo capitalista de los ingleses; explicando
esa complejidad de las comunidades, que huyendo del poder tradicional sólo
encontraron a la corona inglesa como portón para la liberación en las colonias
occidentales. Esta bendición de la universalidad del escándalo se observa con
su extensión al otro genio intocable del holandés Lars von Trier; así como en el
distanciamiento de los que lo sostenían, que resultaron cogidos en su
hipocresía, como sus padrinos políticos o el cobarde de Ben Affleck.
El beneficio mayor podría ser la
exposición de los Estados Unidos a sus propias contradicciones; exacerbadas en
la arena política, con el enfrentamiento entre la dinastía Clinton y el actual presidente
Donald Trump. Hillary Clinton es uno más entre los políticos beneficiados por el poder de Weinstein, a quien por consiguiente queda relacionada; no importa que ahora se distancie del mismo, comparándolo con su némesis el actual presidente, como si no guardara igual relación con su propio esposo. No sólo resalta esto la profundidad de la corrupción de toda
clase política, sino que apunta también al fin de ese elitismo que lo propicia,
al desnudarla en está humanidad suya; con ese lastre con el que Bill Clinton hunde
la integridad de su partido, haciéndolo inconsistente en sus críticas al
presidente, del que él mismo fue tan aliado como Weinstein.
En definitiva, la
violencia sexual es parte de las
contradicciones en que evoluciona la cultura; pero justo como ese
ancestro animal, que se supera con la convencionalidad que permea progresivamente las
relaciones humanas. Es ahí donde la falsedad del falso liberalismo traiciona a
la especie, atándola a su bestialidad; que es en lo que se hace vanguardia
de Mamón, el que se transforma y reaparece siempre como la imagen del poder y
el triunfo, tan vulgar y cínico como precario y banal. En definitiva, la foto icónica de los Estados Unidos es también la prueba de su propia agresividad sexual, con aquel soldado que roba un beso en su expansividad; este escándalo sólo muestra la tremenda capacidad reflexiva de esta cultura para volver sobre sí misma, con la misma severidad que espera de otros sobre sí mismos, y es en ello la mejor esperanza de lo humano.
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