El reciente alzamiento del presidente chino Xi Jinping al olimpo ideológico,
alimenta las expectativas de la emergencia china; ya que coronaría el
crecimiento constante de su economía, confirmando el rumbo al mantener al
timonel; y lo cierto es que ya con una base histórica y físicamente
desmesurada, China se apropia de la economía mundial, reclamando su centralidad.
Las especulaciones, bien razonadas, llegan a apostar por la primacía de China
como primera potencia mundial; sustituyendo así a los Estados Unidos, que
habría encabezado este orden a todo lo largo del siglo XX, como corolario de la
sucesión de potencias con que se desarrolló la Modernidad.
Estas apuestas por la economía china tienen sentido, a juzgar por su
dinámico crecimiento y su voracidad; con estrategias atrevidas e inteligentes,
como su negociación con Arabia Saudí para financiar su consumo energético en su
moneda nacional. Ese es el primer síntoma de la apuesta por China, y habría
sido esa estrategia la que estableció el valor internacional del dólar; cuando
Estados Unidos negoció con los saudíes la dolarización de las transacciones petroleras,
respaldando así a la moneda norteamericana con el crudo árabe, en el
petro-dólar. A cambio, Arabia Saudí recibe tratamiento privilegiado en el
comercio de armas norteamericanas, en un negocio mutuamente beneficioso; que a
los norteamericanos les da un cliente rico y seguro, y tan armamentísticamente
voraz como ellos mismos son adictos a la energía tradicional, que así le
proveen los árabes.
Como contrapeso en la negociación se cita la propia industria armamentista
china, que alimenta al ejército más grande del mundo; lo que sin embargo no
significa que ese armamento tenga el mismo nivel de sofisticación y eficacia —y
por ende la competitividad— del norteamericano. Ciertamente, los chinos pueden
competir en masividad en todos los rubros, pero no en calidad y eficacia; y su
competitividad está típicamente basada en el abaratamiento de la producción
masiva, normalmente a costa de la calidad. Más sofisticada y eficiente que la
industria armamentista china sería la rusa, y sólo se plantea como disuasivo,
pero no competencia real para los norteamericanos; con el agravante además de
que esa voracidad árabe por el armamento norteamericano se debe a que cuida su
propia preeminencia en el mundo árabe.
Eso último no es un elemento que pueda aportar el armamento chino, sobre
todo porque no va acompañado de estructuras logísticas como la OTAN o el comité
permanente de la ONU; un punto que sólo los rusos lograron equiparar hace
tiempo, con el Tratado de Varsovia, ya vencido y aun así lejos de la eficacia
del entramado geopolítico norteamericano. Desestimada la competencia china para
los árabes, puede volverse al punto básico de su economía; que siendo
gigantesca, es también ficticia como todo lo que responde al modelo de planificación
socialista; no importa que se trate del seudo capitalismo que resultara de la
liberación de su economía, y que es sólo una perversión de la naturaleza propia
del capitalismo.
De hecho, todo el crecimiento chino se basa en la perversión primera de la
naturaleza del capitalismo por los norteamericanos; que a partir del
corporativismo postmoderno, ha alimentado ese crecimiento chino, como proveedor
para el consumismo local; en un modelo de especialización funcionalista, en que
la economía norteamericana se diversifica en áreas como la tecnología y las
finanzas, dejando de lado la producción industrial. De ahí el maridaje ni tan
extraño, en que las economías china y norteamericana coinciden en un mismo
modelo de capitalismo corporativo; en el que China provee los productos
manufacturados, y Estados Unidos la especialización tecnológica.
Sólo ese nivel de maridaje perverso es el que sostiene todo el crecimiento
chino, que no podría salir de sus propias fronteras si respetara las reglas elementales
de intercambio comercial; al mismo tiempo que el mismo Estados Unidos alimenta
esta conversión de su propia economía al corporativismo postmoderno, tratando
de quebrar el fuerte individualismo propiciado por el capitalismo industrial. El maridaje de esas economías no es extraño, puesto que la naturaleza es siempre
la del capitalismo corporativo; que es la propia de la economía socialista,
como capitalismo de estado, sólo que incapaz de mantenerse por su probada y
recurrente ineficiencia.
Esa ineficiencia es la corrupción endémica del corporativismo, alorganizar las estructuras en base a relaciones de poder y no económicas; un
modelo proveniente de la fuerte contracción en que occidente transitó de la
antigüedad a la modernidad, a través del Medioevo; y que se mantendría por dos
tercios del siglo XX en la ineficiencia del área socialista, refulgiendo de
tristeza ante el próspero industrialismo occidental. Se trata por tanto de una
dinámica que sólo podrá quebrarse rompiendo la dependencia árabe del armamento
norteamericano; primero por la conversión de la economía norteamericana, que
abandonando la adicción a las energías tradicionales opte por las renovables;
que es racional pero improbable, puesto que afectaría esta primacía de su
moneda y por ende su propia supremacía a nivel internacional.
La otra opción, también improbable pero más factible, sería el quiebre del
feudalismo político árabe; que es la razón de que los saudíes, así como los
emiratos, dependan de la industria armamentista norteamericana. Se trata de que
es la fuerza armamentista la que permite el control absoluto de las sociedades
árabes, con la imposición del extremismo religioso; que así funciona como la
pureza ideológica en el comunismo chino, no importa el salvajismo de su
economía, falsamente capitalista. En general, se trata por tanto de una
dinámica perversa, que corrompe la estructuralidad misma de la sociedad
moderna; pero que como siempre, en algún momento excederá su propia capacidad
de administración supervisada, que es por lo que caen los imperios.
Mientras tanto, ese mismo es el corolario de la imposibilidad china, que
precisa de ese control absoluto de su estructura social; y que es posible a su
propio interior, por una tradición ancestral que hace de su cultura un fenómeno
continuo a todo lo largo de la era cristiana; pero que por lo mismo, se detiene
en estas propias fronteras de su cultura, igual que a su armada en la víspera
de los descubrimientos que inauguraron a la Modernidad. En realidad, la
deificación de Xi Jinping es una tradición que identifica a los estados
socialistas con el dogmatismo religioso; que partiendo del modelo católico,
pone y depone teólogos según la corriente al uso, no la razón.
El pensamiento de Xi Jinping no hace sino argumentar las falencias del
sistema chino, estableciéndolas como dogmas; y lo puede hacer porque —como
Rusia con Lenin— no cuenta con el contrapeso de la chacota pública, que evitó
esa elevación del Fidelismo en Cuba sobre los desastres del Leninismo. Eso es
lo que hacen los ejecutivos en sus asambleas de balance en los Estados Unidos,
para justificar sus salarios y presupuestos; pero afirmar que eso aporta otra
coherencia que la de la necesidad doctrinal para sustentar el sistema… es como
lanzarse en el mismo tobogán del área socialista.
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