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Parece que la reacción popular fue contundente,
porque la Habana ha replicado con una ola de lo peor que ha destilado en sus
mil años de sinsentido; con ese florecimiento, que lo peor que tiene es el
nivel de aceptación popular, y la inmunidad de su apoliticismo —como se pedía—.
El fenómeno de la cultura urbana y su vulgaridad parece ser universal, y se
registra hasta en las más rancias capitales europeas; lo extraño entonces es
que este florecimiento no sea de origen local, ni de orígenes más probables,
como haitiano o nicaragüense. Quizás esa cultura urbana de esos países existe,
medrando en los aledaños a los que pertenece, sin alcanzar los candeleros; en
definitiva, Estados Unidos tiene ya su propia tradición en ese sentido, que
hasta puede decirse canónica y de valor antropológico cierto.
El exhibicionismo y la prepotencia marginal de estos
tiene otra pinta, la de un crecimiento acelerado y artificial; que encaja con
las más descabelladas teorías conspiranóicas, de la retorcida relación entre
Cuba y los Estados Unidos. En definitiva, lo que nadie puede negar es la
impunidad del régimen de la Habana, en un territorio que virtualmente reclama
como suyo; y al que no sólo no renuncia, sino que además lo humilla de continuo,
en un esfuerzo que ya ronda lo enfermizo por lo continuo y consistente. Sin
embargo, no se trata de llorar sobre mojado, sino de poner perspectiva, porque
por haber va a haber que vivirlo; y más vale ir comprendiendo lo intrincado de
ese bosque, que sin dudas esconde un lobo, y no se trata precisamente del
hombre nuevo.
En realidad, las teorías de la conspiración han
tardado en relacionar los acuerdos cubano-norteamericanos, con la traición
anterior de Bahía de Cochinos; y por consiguiente al tiempo entre ambos, en que
toda posibilidad de contra revolución efectiva se corrompía con el dinero de la
USAID. De esa práctica, de dividir a la contra, exilio en general y la
disidencia en feudos es que viene este vacío; porque lo único que ha hecho la
ofensiva cubana ha sido extenderse, sobre el vacío de una expresión perdida en
la banalidad y el protagonismo de sus caciques. Nadie renuncia al dinero gubernamental
ni las donaciones, sino que se aprieta más el lazo en el cuello de la expresión
individual; hasta el punto de pretender dictarle a los independientes que curso
tomar y en qué creer, como si se tratara de otra asociación de escritores a la
inversa.
Así es que se determina quién y cómo aparece en
antologías de instituciones ficticias pero operativas; y también se expanden en
una tradición de tertulias dedicadas a darse jabón, destacándose la excelencia
inútil mutuamente. El resultado es esta ausencia de una cultura sólida, que
hubiera inmunizado a la ciudad ante la barbarie ajena, aunque fuera con la
propia; porque no hay dudas de que el urbanismo local no sería más sofisticado,
pero al menos no tendría ese empuje con que los cubatoneros nos han arrollado.
Mientras tanto, dos de las cabezas más brillantes de la ciudad, discuten si son
galgos o son podencos respecto al desastre venezolano; como mismo, uno de los institutos más serios del exilio
cubano, una vez se entretuvo un debate sobre la sucesión en Cuba, con serios
académicos impersonando a oficiales cubanos.
Fue la estupidez de una iglesia obsesionada con
la seria cuestión de cuantos ángeles caben en la punta de un alfiler, lo que
debilitó su poderoso alcance; ante un humanismo que de otro modo podría haber
sobrepuesto al capitalismo inglés al humanismo francés, que es este mismo padre
sordo e impotente ante las groserías de su hijo.
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