Técnicamente, la Victoria republican en el congreso
norteamericano no es tan grave y era hasta cierto punto predecible; sin embargo
es moralmente devastadora por el futuro inmediato que determina, y cambia
además las proyecciones sobre el futuro de la política en Washington. Eso es
paradójico, que siendo un final predecible cambie las perspectivas en la
proyección de ese futuro; pero se debe a que estas proyecciones antes de las
elecciones de medio término estaban basadas en las mismas pretensiones de los
partidos, no en sus posibilidades reales. Lo cierto es que estas elecciones de
medio término son como la Obertura 1812 de Tchaikovsky, sólo que anunciando la
marcha sobre Washington; que no será ciertamente la marcha de los
revolucionarios, pero sí figurará una catarsis semejante, en tanto solución a
los conflictos desatados con la primera elección de Obama a la presidencia.
No es por gusto que se mencione aquella
elección de Obama y el carácter más cultural que propiamente político de este
conflicto; si la contradicción actual se debe sobre todo a la radicalización de
la agenda republicana contra un modelo económico basado en la clase media,
junto al auto debilitamiento del partido republicano por su desmoralización.
Ambas reacciones se deberían a la alta sensibilidad del espectro político
norteamericano ante la elección de un negro a la presidencia; en un país en el
que las convenciones políticas son tan fuertes que ni aún la crisis más grave
entre los partidos tradicionales consigue romper el pacto bipartidista. Se entiende
que, en definitiva, el bipartidismo norteamericano es tan fuerte que más bien
se trata de un monopartidismo con dos tendencias ideológicas más que de dos
partidos; lo que puede parecer reductivo, pero no lo es si se observa la
renuencia ya cultural del país a aceptar de modo efectivo un verdadero
pluralismo político, que incorporaría las múltiples tendencias inevitables a
ese espectro.
Ahora, sobre las proyecciones a futuro, está
claro que la doble mayoría republicana fatigaría al público en los próximos dos
años; abriendo las posibilidades para un continuismo demócrata en la casa
blanca, con una renovación del pacto civil semejante a la que catapultó a Bill
Clinton. Eso no tiene que ser necesariamente así, pero para que no se cumpla
haría falta la improbabilidad de que los republicanos se mesuren en su manejo
del congreso; lo que es bastante difícil, dada la tradición de altanería de
toda mayoría, aunque es todavía posible por la torpeza de un partido demócrata
mal perdedor que se dé al filibusterismo; que al fin y al cabo esas prácticas
son propias de políticos, y ya se sabe que se trata de un mismo partido con dos
tendencias ideológicas más que de dos ideologías.
Aún, es poco probable que la propuesta
demócrata para la Casa Blanca incluya a una Hillary Clinton ya desgastada en
todo sentido; primero porque se cumplirse la debacle republicana, se trataría
de una radicalización del público que no admitiría la doblez típica de una
Clinton dada a los grandes intereses. De hecho, es más probable que el partido
demócrata se lance con una candidatura atrevida y riesgosa como la de Elizabeth
Warren; que aunque en estos momentos estaría demasiado a la izquierda del
espectro, dadas las actuales contradicciones ya estaría más al centro, aparte
de sus propias y previsibles concesiones en este sentido. Igual sí es demasiado
pronto para predecir candidatos puntuales, aunque no para ponderar desarrollo
de tendencias; y aunque aún es posible la repentina conversión republicana que
de al traste con todo, hay que recordar que los políticos son como la actual
aristocracia, dirigiéndose por sí misma a la rechinante guillotina.
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