Wednesday, June 24, 2020

Del sentido norteamericano de lo histórico


Un error recurrente para la comprensión de los problemas actuales es el de la extrema singularidad de la cultura norteamericana; que como mejor materialización de la modernidad, es en la que se opera la transición de la cultura antigua, culminando la transición comenzada en el Medioevo. Esta singularidad es la que produce fenómenos que pueden resultar extraños para el resto del mundo, pero que tienen sentido en sí mismos; uno de ellos es el de la responsabilidad histórica, por el que no dejan de permitir una crítica permanente de sus propias bases culturales.

Esto explica el eterno debate sobre los excesos de las guerras imperiales, por sus propias élites especializadas; es decir, no ya en los reclamos de esas fuerzas extranjeras ocupadas, sino del mismo sentido existencial de sus propias base estructural. Otro fenómeno es la discusión sobre la posible reparación económica —o no— a los negros como estamento políticamente más depauperado del país; que sobreponiéndose incluso al detalle histórico de la responsabilidad africana en el tráfico de esclavos, trata de su propia responsabilidad como nación.

En ese caso, se trata de un fenómeno más amplio y difuso, que llega a caracterizar a toda la cultura norteamericana; que con una tradición de legalista, difiere del vernáculo hispánico sobre los leguleyos como un fastidio político. De lo que se trata aquí es del fruto de la misma tradición de jurisprudencia inglesa, extendida al valor subestructural de la política; en que se codifican ya definitiva todos y cada uno de los actos humanos, en el fatigoso y largo proceso de demandas y contrademandas civiles.

Esta característica se desconoce fuera de Norteamérica, incluso en el origen inglés, donde la estructura social asume la mayoría de las contradicciones;  con un margen de tolerancia establecido por esa misma tradición, que pospone los problemas según su mayor o menor prioridad para la estructura política. Eso es lo que no ocurre en Estados Unidos, con un sistema de justicia listo a detener toda la estructura hasta la solución minuciosa de estos problemas; que así ya quedan integrados de ese modo definitivo en el cuerpo de la tradición, no ya como fenómenos culturales sino incluso políticos.

Es en ese sentido tan singular que se entiende el otro problema de la relación de Estados Unidos con lo histórico; sobre lo que no admite ningún tipo de sacralidad, fuera de la legitimidad que pueda aportar a sus intereses prácticos más inmediatos. En eso pareciera que la de Estados Unidos es una cultura como cualquier otra, lo que es imposible, siendo como es la última y más apoteósica expansión de Occidente; que formado en la piedad protestante de su base popular, retiene costumbres tan ancestrales como superficiales en lo folclórico.

No obstante, puede verse que en los Estados Unidos no hay tal cosa como el culto a un pasado épico; puede que porque no existe, o porque es demasiado reciente como para tener ese peso específico de la referencia histórica. En cualquier caso, puede observarse que no hay monumento histórico que no esté expuesto a la crítica abierta; demostrando no sólo el poder de su populismo como recurso político, sino también y sobre todo ese poco sentido de lo sagrado.

Todo el mundo tiene graves problemas para entender esto, sobredimensionado además por la algidez política; pero probablemente responda al desarrollo necesario de desapego, por el que el pesado deje de pesar tanto en la actualidad humana. Eso no hace al proceso menos sino posiblemente más traumático, en tanto no hay referencias anteriores desde las que comprender esta contradicción; que en su dimensión existencial, tiene que ver con nuestro sentido individual de la estabilidad política como fruto y determinación de la económica.

Como quiera que sea, el fenómeno está ahí con la misma fiereza con que los dioses antiguos bebían sangre; materializando entonces el extraño traspaso de los sacrificios, que de cruentos pasaron disimuladamente a incruentos. Estados Unidos sería así la última actualización del misterio cristiano, cumpliendo hasta la última coma de lo que está escrito; porque como aquel contrajo la liturgia sacrificial a lo híper cruento para hacerla definitiva, esta la materializa ahora en su estado más espiritual, que es el de la mentalidad política.


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