El derecho es un concepto propio del liberalismo
moderno, que por lo tanto reproduce todas sus fallas estructurales; la primera
de las cuales, es su naturaleza idealista, y por ende los vicios de su seudo
trascendentalismo. El problema sin embargo no es ese, ya que la actividad de
conocimiento es siempre perfectible en su propio carácter evolutivo; sino que
el problema radicaría en la indolencia natural hacia las prácticas especializadas
del conocimiento, que impide la corrección de los vicios naturales a todo
fenómeno en su evolución. De hecho, este problema en sí mismo no sería grave,
en tanto el desinterés popular no afectaría la consistencia del conocimiento;
pero se agrava por esa condición misma del idealismo moderno, que confiere un
derecho a la opinión, no importa si poco informada.
Esto es contradictorio, pero no ocurre por
gusto, sino que ese carácter contradictorio proviene de sus propias
determinaciones; que lejos de ser internas o estructurales, derivan de la
circunstancia política, que tiene sus propias contradicciones, estas de orden
cultural. Se trata del problema de la democracia, como sistema político
originado en la antigüedad, que encuentra su apoteosis con el arribo de la
Modernidad; pero tampoco de un modo natural, sino de la mano de las otras
contradicciones políticas producidas por la reorganización de las relaciones
económicas. De entrada, habría que aclarar que desde su génesis, el concepto de
democracia es artificial, y en ello con connotaciones incluso antinaturales; ya
que todo fenómeno se estructura en base a su poder para ello, y la idea de
democracia es un valor convencional y abstracto.
De hecho, históricamente, el concepto se remite
a la mítica reorganización por Teseo de la política en Atenas; que como madre
de la democracia, se explica en la preeminencia alcanzada por el gremio de los
artesanos (demós); como representativo del pueblo en general, en contradicción
directa pero funcional, a la clase guerrera de la aristocracia. En definitiva,
de la complementariedad de estos estamentos es que se derivaba la estabilidad
de la estructura social; en un equilibrio que siendo precario en su
convencionalidad, sobreponía a la cultura a sus propias contradicciones
internas. Debe recordarse que, como en todo proceso dialéctico, los fenómenos
están abocados a la disolución con el recrudecimiento de sus contradicciones
naturales; sólo salvable con la convención de valores artificiales, sobre los
que repotenciar el desarrollo, abocado a sucesivas y crecientes crisis de
agotamiento.
Sería la suma de estas necesidades la que
confluyera en la aceptación de conceptos convencionales, como el del derecho y
la democracia; creados ya en la antigüedad, pero dificultados por su propia
concepción defectuosa, susceptible y necesitada de mejoramiento progresivo;
pero dificultados además por unas relaciones políticas determinadas por el
corporativismo religioso, en la forma del trascendentalismo mítico. Esta
contradicción es tan básica, que se sobrepone a la otra más natural de un
desarrollo del realismo; como tradición de pensamiento, que abocaría las
prácticas de conocimiento en base a las posibilidades reales del ser y no a su
proyección ideal. Esa sería la contradicción mayor, que al no estar resuelta
con el reordenamiento político del capitalismo moderno, obliga a la estructura
social a organizarse en base a la tradición idealista; toda vez que los
desarrollos son paulatinos y graduales, venciendo ciclos en espiral, como
vuelve a dejar claro la dialéctica. Sin embargo, eso no haría sino posponer los
problemas, en la forma de estas contradicciones, que en definitiva son las que
impulsan toda evolución; pero en la forma de crisis de crecimiento continuo, y
no de saltos entre estadios ideales, que es por lo que se trata de procesos
reales y no ideales.
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La contradicción mayor en este sentido, podría ser el
sentido de pertinencia de toda persona respecto a cualquier problema; que
siendo independiente de si está preparada para ello a nivel de especialización,
o siquiera de interés real y no aleatorio; haciendo de la llamada democracia
una serie de lugres comunes, con los que se racionaliza la propia compulsión
irracional de las personas individuales. Es a partir de ahí que se hace
pertinente y necesario el desarrollo de convenios capaces de aclarar esta
futilidad de conceptos como el de derecho o democracia; que periódicamente
llevan al conjunto de la estructura social a un recrudecimiento de sus
contradicciones naturales, y con ello a crisis cada vez más temibles. Sin
embargo, esa misma necesidad es peligrosa en su ambigüedad, pues es la que
alimenta modelos dictatoriales; reproduciendo la misma conflictividad del
origen en aquella Atenas clásica, que siendo entre partidos de la Aristocracia
y el Demós siguen siendo falaces, como originados en el mito mismo de Teseo.
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