Tuesday, May 30, 2017

Acerca del derecho

El derecho es un concepto propio del liberalismo moderno, que por lo tanto reproduce todas sus fallas estructurales; la primera de las cuales, es su naturaleza idealista, y por ende los vicios de su seudo trascendentalismo. El problema sin embargo no es ese, ya que la actividad de conocimiento es siempre perfectible en su propio carácter evolutivo; sino que el problema radicaría en la indolencia natural hacia las prácticas especializadas del conocimiento, que impide la corrección de los vicios naturales a todo fenómeno en su evolución. De hecho, este problema en sí mismo no sería grave, en tanto el desinterés popular no afectaría la consistencia del conocimiento; pero se agrava por esa condición misma del idealismo moderno, que confiere un derecho a la opinión, no importa si poco informada.

Esto es contradictorio, pero no ocurre por gusto, sino que ese carácter contradictorio proviene de sus propias determinaciones; que lejos de ser internas o estructurales, derivan de la circunstancia política, que tiene sus propias contradicciones, estas de orden cultural. Se trata del problema de la democracia, como sistema político originado en la antigüedad, que encuentra su apoteosis con el arribo de la Modernidad; pero tampoco de un modo natural, sino de la mano de las otras contradicciones políticas producidas por la reorganización de las relaciones económicas. De entrada, habría que aclarar que desde su génesis, el concepto de democracia es artificial, y en ello con connotaciones incluso antinaturales; ya que todo fenómeno se estructura en base a su poder para ello, y la idea de democracia es un valor convencional y abstracto.

De hecho, históricamente, el concepto se remite a la mítica reorganización por Teseo de la política en Atenas; que como madre de la democracia, se explica en la preeminencia alcanzada por el gremio de los artesanos (demós); como representativo del pueblo en general, en contradicción directa pero funcional, a la clase guerrera de la aristocracia. En definitiva, de la complementariedad de estos estamentos es que se derivaba la estabilidad de la estructura social; en un equilibrio que siendo precario en su convencionalidad, sobreponía a la cultura a sus propias contradicciones internas. Debe recordarse que, como en todo proceso dialéctico, los fenómenos están abocados a la disolución con el recrudecimiento de sus contradicciones naturales; sólo salvable con la convención de valores artificiales, sobre los que repotenciar el desarrollo, abocado a sucesivas y crecientes crisis de agotamiento.

Sería la suma de estas necesidades la que confluyera en la aceptación de conceptos convencionales, como el del derecho y la democracia; creados ya en la antigüedad, pero dificultados por su propia concepción defectuosa, susceptible y necesitada de mejoramiento progresivo; pero dificultados además por unas relaciones políticas determinadas por el corporativismo religioso, en la forma del trascendentalismo mítico. Esta contradicción es tan básica, que se sobrepone a la otra más natural de un desarrollo del realismo; como tradición de pensamiento, que abocaría las prácticas de conocimiento en base a las posibilidades reales del ser y no a su proyección ideal. Esa sería la contradicción mayor, que al no estar resuelta con el reordenamiento político del capitalismo moderno, obliga a la estructura social a organizarse en base a la tradición idealista; toda vez que los desarrollos son paulatinos y graduales, venciendo ciclos en espiral, como vuelve a dejar claro la dialéctica. Sin embargo, eso no haría sino posponer los problemas, en la forma de estas contradicciones, que en definitiva son las que impulsan toda evolución; pero en la forma de crisis de crecimiento continuo, y no de saltos entre estadios ideales, que es por lo que se trata de procesos reales y no ideales. 

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La contradicción mayor en este sentido, podría ser el sentido de pertinencia de toda persona respecto a cualquier problema; que siendo independiente de si está preparada para ello a nivel de especialización, o siquiera de interés real y no aleatorio; haciendo de la llamada democracia una serie de lugres comunes, con los que se racionaliza la propia compulsión irracional de las personas individuales. Es a partir de ahí que se hace pertinente y necesario el desarrollo de convenios capaces de aclarar esta futilidad de conceptos como el de derecho o democracia; que periódicamente llevan al conjunto de la estructura social a un recrudecimiento de sus contradicciones naturales, y con ello a crisis cada vez más temibles. Sin embargo, esa misma necesidad es peligrosa en su ambigüedad, pues es la que alimenta modelos dictatoriales; reproduciendo la misma conflictividad del origen en aquella Atenas clásica, que siendo entre partidos de la Aristocracia y el Demós siguen siendo falaces, como originados en el mito mismo de Teseo.

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