Monday, February 6, 2017

Del atleta sudoroso en el triatlón

En un pasaje de la nueva serie sobre Sor Juana Inés de la Cruz, esta pide ser excluida del trabajo en la cocina, porque estudia y sabe escribir; otra monja le recuerda que la mayoría de ellas estudia y sabe escribir, y entre todas le recuerdan que el talento es relativo. En otro pasaje queda más claro el tipo de contradicción por las que pasa la monja, cuando la marquesa de Lujan le ofrece publicar sus obras en España; le dice que su nombre será conocido en la corte metropolitana, y que eso es lo más grande que le puede suceder. No es la primera vez que el éxito artístico se identifica con el personal, si de hecho el arte es siempre obra del artista y este es siempre concreto; y desde la antigüedad, en que el honor era al atleta y al soldado, el reconocimiento era a la individualidad, que así se realizaba a plenitud.

Eso no contempla entonces algún significado o alcance en el arte, que se reconoce en su carácter meramente formal; y el error habría estado en la retórica del Humanismo moderno, que puso el énfasis en ese valor significativo, para enmascarar la vanidad que comportaba. No es que se le pueda culpar de ello, sobre sí se le cernía la absurda severidad de un espiritualismo torcido como el del corporativismo católico; que en ese sentido corporativo, aspiraba a sumir a toda la humanidad en su representación del drama divino. Esa habría sido sin embargo la contradicción que mina el desarrollo de lo Moderno, enmascarando sus intereses; haciéndolo por tanto falso e hipócrita, y en ello inconsistente, para afectar a toda la compleja estructura de su cosmo y epistemología.

De ahí la importancia de este renacimiento, que a diferencia de los otros no se manifiesta en las artes; en un detalle curioso, pues todo renacimiento ha tenido carácter científico, pero también se refleja en las artes. Eso puede deberse a que sólo en este momento ese desarrollo de las ciencias haría superfluo al de las artes; mientras que en todo anterior, las ciencias sólo se apresuraban a cubrir el campo inmanente de la realidad; dejando el de su trascendencia como un paisaje vasto y salvaje, completamente para su representación y no de su comprensión. Sólo ahora, cubierta la inmensa vastedad de lo inmanente, puede la ciencia acceder a un apogeo final; extendiendo esta comprensión suya a l trascendencia de eso inmanente, que así arrebata a su representación.

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Esa sería la diferencia, y con ello la exposición de la mera vanidad de la práctica de las artes; cuya representación de lo real en su trascendencia puede por fin adecuarse a un nivel supremo de verosimilitud; que así rebasando los márgenes de lo individual, consiga ese alcance propio de lo real en tanto objetivo. Eso también sería posible, porque la corporatividad de la cultura ahora no sería coercitiva como en la religión; sino que consistiendo en el ordenamiento económico, no significa una represión del individuo, que así tampoco tiene que mentir ni perderse en la vanidad. Ese habría sido el error del trascendentalismo religioso, la exigencia como deber y obligación de lo que no puede darse por necesidad; porque mientras la reflexión sobre lo trascendente es necesaria, en tanto es la realidad lo que trasciende, esta reflexión ha de ser también objetivamente posible; y no lo era, porque esa objetividad, que es propia de la ciencia, se retrasaba en esos campos vastos de lo inmanente, que por fin a cubierto como el atleta sudoroso en el triatlón.

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