La última moda en publicidad es la creación de comunidades, a las que
supuestamente no se les vende nada; en vez de eso, lo que se propicia es un
intercambio de servicios, en el que la transacción económica es derivada y no
objetiva y central. Si parece una estafa es porque muy probablemente lo sea,
aunque camuflada en una estrategia de venta indirecta; que de tan indirecta que
es ya se niega a reconocerse como venta, tras esa máscara del intercambio de
servicios. Pareciera un chiste si no fuera por lo siniestro, con esa manera de
apostar porque nadie se de cuenta de la manipulación; como si fuera posible esa
horizontalidad perfecta del mero intercambio, que no signifique el patrocinio y
administración, que lo sostiene por sus dividendos.
Es el caso de Facebook como su experimento más exitoso, cuyo sentido es
comunitario sólo como la distopía de 1980; ya que es sólo un sistema de
subscripción voluntaria, vigilada y administrada por una tecnocracia que no se
comunica con sus clientes, a los que estimula a vigilarse entre sí. Dicha
comunidad es además un sistema automático de generación de contenidos, sobre
los colgar publicidad continua; dirigida por demás a la misma comunidad, que
así deviene en una granja de gansos para paté fois que se alimenta a sí misma.
En realidad, se trataría de una burbuja económica, como la de las
"Punto-com" y el Real state; y lo que queda es rezar para que cuando
reviente los grandes administradores no sean demasiado grandes para caer. Al final
y al cabo, como en toda estafa, esta —como ya se vio con Facebook— se organiza
en una estructura piramidal; y en la que lo siniestro es el engranaje eficaz,
por él que esa masa popular fue encadenada alimentándole el ego, para atraerla
a ese espacio; que así desplaza los contenidos reales por la ficción banal de
ese egocentrismo, con el que las élites siguen alimentándose en espiral. Eso se
vería en la sucesión, por la que Google desplazó a MySpace y sería desplazada a
su vez por Facebook; con la que sin embargo mantiene la competencia, bien que
sin suerte, con su propuesta de Google+.
Al final, el mecanismo funciona engranado y suave, ofreciendo esa
sensación de triunfo inmediato e irresponsable; a través de cuya
superficialidad, la gente sigue aportando contenidos de los que la empresa
puede colgar los anuncios. La prueba está en que estas comunidades devienen
circuitos de consumidores cautivos, sujetos por esas necesidades que de hecho
son artificiales, ni primarias ni secundarias; y que sólo podrán satisfacer dentro
de la comunidad misma, y en los términos fijados por su administrador, que es
así un señor feudal. Véase la membresía compulsiva de LinkedIn o Wordpress, los
menos mercantilistas de todos; pero también el uso del Messenger que impone
Facebook en los teléfonos —a nivel de stalking—, o esa más suficiente plataforma
de Google.
El caso de Google puede ser singular, pues basa su poder en su inmensa
ramificación tecnológica; que le permite ofrecerse como plataforma de
desarrollo e innovación, con más resultados y más inmediatos para sus
consumidores. Eso no la hace menos peligrosa, pues sigue siendo un coto cerrado
en el que preda sobre el consumo compulsivo de sus subscriptores; comenzando
por la administración de contenidos específicos, como noticias, fenómenos
políticos e investigaciones de todo tipo; haciendo de la omnipresencia estatal
un mero arcaísmo de mal gusto, con su propio refinamiento y sutileza. No es
casual que estas empresas se vieran envueltas en los escándalos de manipulación
de las elecciones presidenciales norteamericanas; en las que apoyaron al bando
del falso liberalismo demócrata, en su apuesta ciega con la tecnocracia de
Washington y los medios convencionales.
En todo caso, esa arrogancia política es sólo el resultado de su éxito
económico, fruto a su vez de esta manipulación mercantilista; que sobre un
desarrollo efectivo de la tecnología, hace las mismas trampas de las
organizaciones corporativas, dirigidas a la creación y el mantenimiento de una
base consumidora. Eso, por cierto, es táctica de vieja data, de cuando las
marcas hicieron de sus propios logos el centro de sus diseños como reflejo de
estatus e ideología; de modo que los mismos consumidores hacían pasivamente la
publicidad de los productos que consumían, como una réplica de la publicidad
activa. El problema no es entonces la estafa, sino lo que refleja, ese cinismo
de la manipulación despiadada y sus peligrosas ramificaciones políticas;
mientras que en lo económico lo que quedaría es rezar porque no sean demasiado
grandes para caer, que al fin y al cabo se trata de otra burbuja en su
triunfalismo.
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