Por Ignacio T. Granados Herrera
Mucho se han criticado las
distorsiones y hasta la abierta difamación y censura del epicureísmo, que era
denostado ya desde los días del jardín; sin embargo, eso supone que ducha oposición
comprendía las enseñanzas de Epicuro y —con razón o sin ella— simplemente las
rechazaba, lo que ya es excesivo. En realidad, y en tanto fenómeno propiamente
cultural, la filosofía estaría sujeta al
desarrollo de la cultura; en una correspondencia incluso sincrónica, a la que
sujeta su propio desarrollo, como parte o hasta expresión que es de la misma.
Más aún que al fenómeno puntual o histórico de las escuelas, el problema se
referiría entonces al de la sensibilidad para el conocimiento que
preconizan; y que ya es determinado
políticamente por ese desarrollo general de la cultura, que lo hace factible o
no. Antes aún que el epicureísmo, el surgimiento mismo de la filosofía
significaría el de un movimiento en este sentido; que sólo se concretaría en la
Modernidad, dado que sus relaciones económicas la resolverían en favor del individualismo
antes que las del corporativismo
antiguo; que habría sido lo que resolvía la religión, en la institucionalidad de
la estructura política de la sociedad, y eso con sus propios problemas; como se
vería en la difícil evolución al monoteísmo, revertida en el caso egipcio e imposible
en la Grecia clásica por su falta de arraigo en una práctica tradicional del
conocimiento.
De hecho sería esta peculiaridad
la que imponga el surgimiento de la filosofía como esa práctica en una nueva
tradición; como una aplicación singular del principio del éxodo o la hégira,
que en el caso egipcio resolvió la evolución con una fundación original como la
de la cultura judía; circunvalando así la extrema dificultad política del institucionalismo
tradicional, como de hecho venía haciendo desde la salida de Abraham desde Ur.
En el caso griego, no existía esa institucionalidad con un valor político
efectivo, pero sí la práctica religiosa del conocimiento como tradición; por lo
que la evolución se resuelve con sólo disociar esa práctica de la propiamente
religiosa, posible también gracias a la evolución previa de esa cultura; que
lejos de resolverse en el modelo absoluto habitual, debido a su propia
excepcionalidad, era de carácter más secular. No hay que confundirse en esto,
pues el estado como máxima institución política en la Grecia clásica sólo es
débil relativamente; con lo que no es tan dependiente de la otra institucionalidad
de la religión, pero igual tiene su propia tendencia absolutista, como recuerda
toda la historia política griega.
En cualquier caso, aún si resuelta
en un modelo excepcional de responsabilidades individuales, la cultura griega
es también corporativista; en el sentido de que ese individualismo no es todavía
maduro ni suficiente, por su propia dependencia de unas relaciones económicas
que aún no habían evolucionado a la excelencia del capitalismo industrial. De
ahí que incluso el desarrollo del fisiologismo fuera elitista y minoritario, en
el interés de unos pocos individuos; que deberán enfrentar el mismo nivel de
dificultad por parte de las instituciones que el de Akenatón de Egipto frente
al sacerdocio tebano. Igual que ese hay muchos otros ejemplos, como el ya mencionado
de Abraham en Ur, el de los cristianos en Jerusalem y el de Mahoma en la Meca;
que confluyen en el principio de que nadie es profeta en su tierra, porque nadie
puede superar la función centrípeta en que se organiza la sociedad en relaciones
estructurales.
De ahí el problema del
epicureísmo en su contexto, que aun siendo de sensibilidad cognitiva se refiere
a la factibilidad política; porque se trata de las posibilidades concretas para
su realización en ese contexto suyo, y que escapan a la voluntad. Eso pareciera
suponer una suerte de determinismo materialista, pero es sólo el aspecto en que
el Materialismo funciona como un seudo realismo; ya que en verdad los fenómenos
se realizarían en esta relación de su propia fuerza —espíritu o voluntad— en
relación con sus propias condiciones, y no en uno u otro aspecto por separado. De
ahí que en su momento el epicureísmo fuera no sólo escandaloso por la novedad,
sino incluso peligroso por sus implicaciones; ya que sin el respaldo de un
capitalismo suficiente como el industrialista moderno, el individualismo que
preconiza habría podido dañar efectivamente el tejido político. Aún, estos
desarrollos son además diacrónicos, pues sólo se sincronizan en su propia
naturaleza cultural y no entre sí; por lo que el proceso estaría siempre sujeto
a otras muchas dificultades, como la que supuso el triunfo del modelo
corporativista religioso, bajo la tradición idealista; de modo que el atomismo
político epicúreo no habría conseguido sobreponerse al corporativismo
tradicional, incluso si sí lo consiguiera en el conocimiento y desarrollo de la
física; que era en definitiva el interés fundacional del fisiologismo, reversible
entonces en la restructuración política de la sociedad, a conseguir más
paulatinamente.
De la destrucción del proletariado |
En ese sentido, y como muestra
de los desarrollos retorcidos de la misma dialéctica histórica, las referencias
marxistas al atomismo epicúreo son reductivas y falaces; pues se dirigen a
justificar su concepto de Materia, que es idealista en su propia naturaleza
conceptual y absoluta; no el de la determinación política de la realidad,
reducida a ese concepto de materia y su consiguiente determinación económica. En
cuanto a la necesidad de una restructuración política de la sociedad, sería más
factible luego de la distorsión definitiva del capitalismo, evolucionando de industrial
a corporativo; ya que como si mismo nombre indica, eso significa una regresión al
corporativismo antiguo; sólo que esta vez en detrimento de la sociedad, al
atentar contra el desarrollo pleno del individuo, cuando ya la base económica
admite y hasta exige esa apoteosis individual; como una forma singular y ya
excelente de relación del hombre con la realidad, en su propio equilibrio inmano
trascendente.
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