Con la misma histeria y simplismo que critica en los imanes, el escritor
Arturo Pérez Reverte ha lanzado el anatema que revuelve a las élites
occidentales contra los ídolos de Mahoma; con la salvedad de que Mahoma, a
diferencia de Occidente, no tiene ídolos que no haya importado del Occidente
cristiano, como el avaro neo feudalismo de su economía. Reverte aclara estentóreo
que el terrorismo en verdad se trata de la guerra santa, y hasta se atreve al
epíteto dramático y descalificador; con lo que, como un Imán al fin, no hace
sino agitar el mismo fantasma que han agitado los señores de la guerra desde
aquella época en que una cruzada contra el infiel terminó extrañamente en el
saqueo de la cristiana Constantinopla. La llamada confrontación actual entre
civilizaciones es una falacia, incluso si es el mundo musulmán quien primero la
califica así; sobre todo porque en realidad se trata de una manipulación
política de la cultura neo feudal postmoderna y sus perversiones económicas; no
importa si las élites intelectuales de Occidente responden al estímulo como los
ulemas e imanes, en esa función seudo religiosa que han asumido encabezando el
racionalismo como sensibilidad religiosa propia de la Modernidad.
Primero, el comienzo de dicha confrontación es una falacia histórica,
situada en la ocupación de la península ibérica y no en la génesis misma del
Islán; que surge como una aplicación puntual de la evolución de la cultura en
el mundo árabe, derivada de forma natural del judaísmo, como la cultura
cristiana. De hecho, está establecido que el Islán es un desprendimiento
directo del cristianismo nestoriano y no una formación original; debiendo su
singularidad a las circunstancias mismas del entorno árabe, igual que el
Cristianismo al Judaísmo. En ese sentido entonces, la misma ocupación árabe de
España no habría sido sino otro episodio de desplazamiento de grupos
culturales; que en principio además ni siquiera provenía de la Siria que era
sede del califato, sino de su asentamiento al norte de África. Pero ese período
de ocupación sería semejante al de la ocupación bizantina, que sin embargo se
ve como una recuperación eventual del imperio romano; con la peculiaridad de
que el asentamiento visigodo habría ocurrido como un tratado de federación con
Roma, en su proceso de decadencia, tras el establecimiento de la capital
imperial en Constantinopla.
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Por otra parte, la pérdida de Al Ándalus marcaría el comienzo de la
decadencia de la cultura musulmana, tras su máximo esplendor; que si bien suele
ser opacado por la apoteosis abasí de Arun Al Rachid, era mucho más refinada y
cosmopolita que Bagdad. En todo caso, la sucesión de califas cada vez más
mediocres y el enfrentamiento entre diversos califatos terminaría por quebrar demasiadas
veces la línea de legitimidad califal; favoreciendo el tradicionalismo suní
sobre el evangelismo chiita, de modo que se termina favoreciendo el surgimiento
de nuevas y sucesivas dinastías. Ese habría sido el caso de la casa de Saud,
como una tribu que legitimó su expansión en un purismo simplista; como un
proceso comprensible, teniendo en cuenta que desde la decadencia de los
califatos hasta la exponenciación de la casa de Saud sólo median trescientos
años, entre los siglos XV y XVIII. Eso no es extraño, pasa por el auge paralelo
del Islán como cultura en expansión, no obstante la decadencia de los
califatos, que son sólo una forma organizacional y no la cultura misma;
resguardada en esplendores emergentes como el de los turcos otomanos desde la
toma de Constantinopla en el siglo XV, como una rama independiente de los
califatos tradicionales. De hecho, el imperio otomano crece y se desarrolla
como un sultanato independiente, y así se mantiene; al margen por tanto de ese
proceso de decadencia que afecta a las formaciones califales en el resto del
mundo desde la caída del de Córdoba en los pequeños reinos de Taifas. Así, el
esplendor otomano serviría incluso de marco referencial para el poder creciente
del neo tribalismo árabe; como ese de la casa de Saud, que se reproducirá en
los reinos absolutos, que cobran auge además a partir del siglo XX por la
riqueza petrolera, que les permite perpetuarse en su forma de feudalismo casi
tribal. Obsérvese que a diferencia de estas formas de gobierno autoritario, la
cultura otomana deriva de modo natural al modelo de república parlamentaria;
desarrollando incluso una clase media relativamente fuerte, y sujeta a las
mismas vicisitudes que el resto de las sociedades occidentales en el
capitalismo moderno.
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Pero que mantiene sin embargo su valor referencial para el
resto del Islán, en el mismo sentido que Roma ha reclamado siempre su
preponderancia cultural en Occidente; aún si el islamismo turco es moderado,
igual que ha devenido el cristianismo occidental y contrario al islamismo
árabe, justo por depender de la clase media; que contrario a los casos árabes —que
sostienen el fundamentalismo con dinero y respaldo legal—, es la que le otorga
soberanía y legitimidad. Donde quedaría claro entonces que el problema del
fundamentalismo es la economía feudal que lo sostiene, y esa la produce
Occidente y no el mundo árabe; ya desde que el dinero árabe carece de todo
valor propio, y deriva su poder de el del petróleo, que es otorgado por el
consumismo de Occidente; es decir, la población que corre histérica ante ese
fantasma terrorífico que le han dicho que es el terrorismo árabe y no la
avaricia con que lo entontece la televisión.
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