Con esto de Charlie Hebdo ha salido a relucir un filósofo con más créditos que vida y más pifias que créditos, de cuyo nombre da pereza el acordarse; y que explica en esa liberalidad de la pifia por qué Occidente se encuentra en la contradicción que se encuentra, por su propia inconsistencia. Entre las joyitas del sublime profesor, está la que afirma que el fundamentalismo árabe y la civilización occidental son culturas irreconciliables; olvidando que el fundamentalismo no es una civilización sino una condición que afecta a las culturas, y que por tanto su análisis ni siquiera parte de un sofisma sino de una pifia mayor.
El comentario afirma exactamente que los valores de las culturas islámicas son incompatibles con los nuestros (occidentales); lo cual es como para preguntarse cuáles son esos valores que no sean también los de Occidente, lo mismo en su origen judeo cristiano que en su apoteosis hiperracionalista. De hecho, el sublime profesor desconocería que el Islán es incluso una cultura derivada del Cristianismo, en su rama nestoriana; y que por tanto no sólo es compatible, al compartir el mismo código genético de Occidente, sino que incluso le sería complementaria. Habría que recordarle al sublime maestro que el fundamentalismo islámico consiste en lo mismo que todo fundamentalismo; es decir, una prevalecensia de los elementos conservadores sobre los progresistas, que obstaculiza el desarrollo político de la sociedad.
En ese sentido, aunque el divino maestro lo desconozca, las causas son políticas y por ende de raíz económica; por lo que el balón de la culpa vuelve al campo de Occidente, no ya por un concepto equívoco de la libertad pero sí de la mezquindad de esos intereses que impiden el desarrollo de una clase media en el Islán. Para muestra, obsérvese el debate político en Turquía, donde una fuerte clase media se mantiene vigilante; porque de lo que se trata es de que las sociedades árabes aliadas de los Estados Unidos son estados absolutos regidos por una economía y un sistema político feudal, que con ello se perpetúa en el mismo Medioevo que el Cristianismo fundamentalista mantuvo a Occidente por mucho tiempo.
El maestro escuchó campana, pero no puede orientarse a la misa que convoca; es decir, quizás se refiere a que el absolutismo hace que las estructuras culturales sean incompatibles entre sí. Pero eso afectaría no sólo al Islán fundamentalista sino también a esa reductividad obsecuente del racionalismo occidental; que ni siquiera es capaz de pacificarse con la remota posibilidad de que el concepto de Dios como el de Razón sea una imagen funcional y no un ente en el mismo sentido que la persona humana, a la que siempre ha estado sobrepuesto como una referencia suya. Claro, en un momento llega a ejemplificar pontificio que el Marxismo y el capitalismo fueron así de incompatibles; en lo que queda la duda de si llorar de frustración ante la ignorancia o reírse cruelísimo de ella, desde que aquella confrontación no fue del capitalismo como sistema político con la filosofía marxista; sino que fue entre los sistemas políticos del capitalismo y el llamado socialismo real, sobre los cuales como Dios planeaba esa otra naturaleza de la filosofía que constituye al Marxismo.
Al profesor hemos de considerar siniestro, dado que incontenible se explaya en ese reduccionismo falaz que ya no se sabe si hasta malevo de tan recurrente; y afirma que los jóvenes se dirigen al fundamentalismo por miedo a la libertad, esquivando en su sublimidad postulativa los condicionamientos económicos de la cultura. No obstante todo eso es comprensible, ya que formaría parte de esa decadencia que tanto afecta a Occidente; lo terrible es que ya las prácticas educacionales que respalda tanto créditos se dirijan tan obviamente al reduccionismo ideológico como cualquier imán, que es lo muestra este sublime profesor.
El maestro escuchó campana, pero no puede orientarse a la misa que convoca; es decir, quizás se refiere a que el absolutismo hace que las estructuras culturales sean incompatibles entre sí. Pero eso afectaría no sólo al Islán fundamentalista sino también a esa reductividad obsecuente del racionalismo occidental; que ni siquiera es capaz de pacificarse con la remota posibilidad de que el concepto de Dios como el de Razón sea una imagen funcional y no un ente en el mismo sentido que la persona humana, a la que siempre ha estado sobrepuesto como una referencia suya. Claro, en un momento llega a ejemplificar pontificio que el Marxismo y el capitalismo fueron así de incompatibles; en lo que queda la duda de si llorar de frustración ante la ignorancia o reírse cruelísimo de ella, desde que aquella confrontación no fue del capitalismo como sistema político con la filosofía marxista; sino que fue entre los sistemas políticos del capitalismo y el llamado socialismo real, sobre los cuales como Dios planeaba esa otra naturaleza de la filosofía que constituye al Marxismo.
Al profesor hemos de considerar siniestro, dado que incontenible se explaya en ese reduccionismo falaz que ya no se sabe si hasta malevo de tan recurrente; y afirma que los jóvenes se dirigen al fundamentalismo por miedo a la libertad, esquivando en su sublimidad postulativa los condicionamientos económicos de la cultura. No obstante todo eso es comprensible, ya que formaría parte de esa decadencia que tanto afecta a Occidente; lo terrible es que ya las prácticas educacionales que respalda tanto créditos se dirijan tan obviamente al reduccionismo ideológico como cualquier imán, que es lo muestra este sublime profesor.
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