Thursday, January 8, 2015

Je ne sui pas Charlie

Desgraciadamente es cierto que Islán no quiere decir paz sino sumisión a Alá; y cuando se pone la palabra sumisión ya no importa que al final se ponga el nombre de Alá, porque eso quiere decir la persona que actúa en el nombre de Alá. Lo que sí debería escandalizarnos es la soberbia con que los occidentales actuamos en nombre de la Razón; que, de paso, es el nombre con que sustituimos el de Dios (Alá). Así que venimos actuando en base a la misma irracionalidad, porque hemos pervertido la instrumentalidad racional de la razón; rebajándola a esa simple compulsión moral que todo lo justifica, y que es en lo que ha devenido el concepto de Dios para todos los hombres, no sólo los musulmanes. Si en realidad fuéramos tan racionales, seguro no permitiríamos que una reducción ad absurdum como la caricatura monopolizara la rica complejidad de nuestra expresión; porque la caricatura es un recurso retórico, demasiado inmediato para concebir una representación cabal de la realidad, antes que una manipulación de nuestras compulsiones.

Una caricatura ironiza sobre la imposibilidad del humor constreñido a un lenguaje políticamente correcto, sin ofensas étnicas y de género; y ya eso explica la soberbia en que se basa la supuesta sanidad racional de nuestro humor, que siempre está basado en la fuerza; y por el cual se ha conseguido desmoralizar y debilitar con ello a todos los grupos de interés político distintos del varón, blanco y heterosexual. Si bien la más elemental racionalidad llama a tomar las cosas con sentido del humor, también dice que este humor sólo es respetuoso cuando es sobre uno mismo; pero cuando es sobre el prójimo, ya sea del ateo sobre el creyente, del hombre sobre la mujer, del blanco sobre el negro o esta del poderoso occidental contra el bruto medio oriental, es simplemente abuso e irrespeto.

Si en verdad fuéramos tan racionales, para seguir con el ejemplo, sospecharíamos de esta puntualidad misma del enfrentamiento; porque la sublime Francia está muy lejos de ser el atajo de liberalismo que se piensa, con su reunión de putas y maricones; sino que es el país que pudo aportar un cisma conservador al seno mismo del ya conservador catolicismo, con una figura como monseñor Lefevbre. Eso último quizás sea un dato que muchos desconozcan de tan sutil, y al que por tanto resten importancia; sin atender a lo sintomático, que es lo que revela las dinámicas inherentes a los fenómenos históricos, por su antropología.

Si fuéramos tan racionales, sabríamos en fin que la cultura musulmana simplemente ha sufrido un estancamiento; pero que no es inferior a la nuestra, sino que su circunstancia histórica le ha jugado en contra, justo por su superioridad de inicio. Primero, al ser una cultura civil y no clerical, que es lo que le da esa preeminencia al pastor y su enseñanza —no sacerdote— antes que a unos misterios mágicos; cosa que Occidente sólo vería cuando el simplismo de la cultura norteamericana fundara una sociedad incluso populista antes que popular, basada tan fuertemente en contra de toda forma de elitismo; como ese que sustenta la supuesta superioridad racional (intelectual de los occidentales, reducida a la burda simpleza de unos caricaturistas. Si fuéramos tan racionales, sabríamos que fue el autoritarismo occidental lo que torció los rumbos de (todas) las culturas medio orientales; y veríamos también que la raíz de todo eso fue precisamente la ambición y la soberbia, no un ilustracionismo que de humanista sólo tenía la justificación moderna del capitalismo.

Lo que hace intolerable la reacción de Occidente es esa misma naturaleza francesa de su rabia y su impotencia; que no se limita a la islamización de su sociedad contemporánea, que es a lo que teme, sino que además es tan poco generosa que no alcanza a apoyar efectivamente al intelectualismo moderado musulmán por su terror del socialismo económico. Porque todo el mundo sabe que es mejor un árabe bruto que un árabe ilustrado, que ponga en peligro la hegemonía económica de Occidente; por lo que es mejor engordarles los jeques que se apoyan en la autoridad de los Ulemas y se gastan toda la suciedad de su oro en pacotilla occidental, antes que empoderar de veras a su clase media.

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