La movilización del 30 de junio pasado puede parecer un fracaso, dado que fue
impedida por el gobierno cubano; sin embargo mostró por primera vez una disidencia
madura, capaz de actuar en coordinación y de forma total. Entre los signos de
esa madurez, sobresale el del reconocimiento y respeto mostrado entre todos ellos;
que no sólo reconocieron su pluralidad, sino que además fueron capaces de
trabajar en conjunto desde ella.
Por supuesto, este enfrentamiento tiene otras dificultades para el exilio, por
su propia localización fuera del país; no porque esto lo deslegitime, sino
porque de algún modo le resta perspectiva, sobre los problemas inmediatos de su
enfrentamiento. No obstante, el exilio puede convertirse en la más valiosa base
logística de la oposición interna, debido precisamente a este distanciamiento;
siempre y cuando no pretenda interferir o dirigir ese enfrentamiento, sino
limitarse a ese apoyo logístico.
Este apoyo por demás, no debería limitarse al aspecto material y de
financiamiento, sino dirigirse m<s en un sentido de diplomacia alternativa;
que extienda la influencia de esa oposición interna sobre los recursos de la
política externa del país, como sus múltiples foco de apoyo internacional. El
valor de esto radicaría en debilitar esa base de apoyo internacional, y por
ende la fuerza de su diplomacia; obligando al sistema a concentrarse en esa
oposición interna, ya internacionalmente debilitado por su deslegitimación
progresiva.
Esto enfocaría al exilio en el problema del apoyo externo del país, blindado
por el fuerte trabajo ideológico; que funcionando como una secta religiosa, no
admite discusión racional alguna, aunque precisa de la confrontación constante.
Esa fuerza de la fe doctrinal y fanática no es sólo la mayor fuerza de esa
proyección internacional, sin también su mayor debilidad; ya que no soporta la
fuerza de los hechos, dependiendo como depende de la supuesta supremacía moral
de su proyecto.
En principio eso es fácilmente contestable, con la prueba constante de la
doblez moral de la élite dirigente; pero todavía falla al no alcanzar a
demostrar la falacia de su proyecto mismo, reducido a una simple utopía
milenarista. En este sentido, la mejor estrategia sería evitar la confrontación
directa, sobre la base de que ningún argumento puede contra un dogma de fe; y
aquí se trata de un dogma de fe, indemostrable pero necesario como todo dogma,
en esa supremacía moral de la utopía.
La respuesta es crear un círculo de pensamiento original, al margen de la
dinámica de la confrontación ideológica; como una especie de contracción a las
bases filosóficas mismas del pensamiento, que eviten la confrontación ética.
Para esto, puede partirse de la relatividad de los códigos éticos, que
justifica incluso ese suprematismo utópico de la ideología marxista; como un
espacio propio, del que no puedan participar a menos que acepten las
condiciones de un pensamiento estrictamente filosófico y no meramente
ideológico.
Ese no es obviamente un trabajo del que pueda encargarse una oposición
interna, dada la urgencia e inmediatez de sus propios problemas; pero sí es
precisamente el tipo de apoyo logístico que le puede brindar el exilio, con la
creación de espacios de discusión propios. No obstante, una condición expresa
que deben tener estos espacios, sería la de no comprometer su función con financiamiento
de gobiernos extranjeros; no por cuestiones de legitimidad sino operativos, en
tanto un presupuesto sólo redunda en la creación de una élite especializada y
con problemas propios.
Esto se puede resolver con vías alternas, como la voluntariedad de sus
participantes, esperable dada la naturaleza política del propósito; creando
mecanismos de pago por acceso al material generado en esos espacios, que
redunde en el pago de sus propias necesidades operativas. Para evitar los procesos
de corrupción, tan sutiles como lógicos, esa debería ser la única forma de
recaudar fondos; que nunca se dirigirían a algún pago efectivo a alguno de los
miembros participantes, ni siquiera en el caso de trabajos comisionados.
Ya la oposición interna mostró su madurez, y seguro que el gobierno al que
se opone también lo ha visto; seguro no han faltado ya las provocaciones,
tendentes a descarrilar el curso de la ofensiva que sin dudas anticipa. Es hora
de que sea el exilio quien muestre ahora su propia madurez, actuando en
consonancia en apoyo de esa oposición; porque hasta ahora, como esa misma
oposición, ha sufrido los problemas inevitables de la misma inmadurez, que
repercutía en su inoperatividad.
Quizás debamos esperar a que esa oposición así madura genere su propio exilio,
como una sucesión generacional; sin embargo, ese nuevo exilio desconocerá la
personalidad propia de la tradición que integrará, generando más conflictos de
los que resuelva. Será mucho mejor si, estimulado por esa esplendorosa madurez
de la oposición interna, el exilio extiende el brazo de su propia capacidad;
creando por sí mismo estos espacios, capaces en su suficiencia de emular la
eficacia que recién estrenan los de allá.
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