Todavía se estremece el mundo con el boicot
a Facebook, por negarse a seguir las directivas; que están dirigidas a censurar
cualquier cosa que cuestione la autoridad del pensamiento liberal, en
cuestiones de moral y política. Pocos recordaron que la férrea tradición de
censura a la prensa comenzara en Cuba con la coletilla; la práctica hoy rescatada
por Twitter y que Facebook se negara a aplicar, a pesar de su propio historial
en este sentido.
No sólo Facebook cedió a las amenazas,
sino que lo hizo porque le pegaban donde le dolía, con los anuncios; esa extraña
forma de poder político, que emanada del pueblo como consumidor, sirve a los
gigantes tecnológicos de constante referéndum. El problema es que como en el
control absoluto del partido en los países socialistas, ese voto es silencioso
y pasivo; extraído con la coerción de la agresividad con que se expanden esos mismos
gigantes tecnológicos, como un poder político efectivo.
Como falacia, esto se puede adjudicar al
carácter contradictorio que supuestamente acabará con el capitalismo; como
mismo afirmaba el campo socialista, justo en la misma medida en que se
desmoronaba ante el impertérrito capitalismo. No es que el sistema no tenga
contradicciones, propias de todo lo que se desarrolla con cierta naturalidad;
sino que estas no consisten nunca en argumentos falaces, con los que imponer
esa necesidad artificial del socialismo.
Es precisamente para sortear sus múltiples
contradicciones naturales, que el capitalismo exige la regulación; que si es excesiva
lo ahoga, pero si no existe lo destroza igual en ese salvajismo de las
relaciones de mercado puras. El problema surge así en el vicio del llamado
neoliberalismo, que confió en la honestidad de sus administradores; justo como
el socialismo creyera en la de los suyos, cuando estos se abstraían además en
el carácter eclesiástico del partido.
En todos los casos la amenaza es la misma,
la organización corporativa de la sociedad, sujeta a un modelo autoritario;
cuyo poder incontestable reside en la legitimidad moral de su vigilancia sobre
la estructura toda de esa sociedad. Ninguno de ellos sabe que no hay autoridad
mayor que la iniciativa privada, sobre la que se sostiene el capitalismo; que
es de paso el único sistema real, porque es el que organiza esas relaciones
políticas como económicas.
Esa es la razón de la baja progresiva de
productividad en esos sistemas totalitarios, que se suman a la corrupción; un
fenómeno a su vez que se hace vital al conjunto de la población, como único
recurso para la subsistencia. No pueden saberlo, ensoberbecidos en esa
arrogancia intelectual, que les alimenta el suprematismo intelectual; pero sí
lo descubrirán pasmados, cuando la violenta contracción económica termine por
expropiarlos o disolverles la ganancia.
Es la misma razón por la que nadie
entiende la improductividad sistémica del socialismo, atado al milenarismo con
su racionalidad aparente; que desconociendo la voluntad individual, sólo puede
ahogarla con su apelación fanática a la sublimidad de esa fe, que todo lo
justifica. Cualquier sistema basado en la colectivización forzosa de los
esfuerzos está por eso destinada al fracaso; que es la razón por la que
finalmente se impusiera el capitalismo industrial como modo de producción,
sobre la economía de plantaciones de la esclavitud.
El socialismo es improductivo, porque es un sistema de redistribución, no de producción como el capitalismo; cuyas injusticias no son más atroces ni absurdas que esas del socialismo, sólo que sin su justificación trascendente en un suprematismo moral. Eso sin embargo tendrá que ser otra lección de la historia, dada la poca disponibilidad del hombre a aprender de otra forma que de sus errores; la ventaja está en que ya puede preverse el paisaje lunar, que se acerca silencioso tras la bulla se los inflamados líderes, clamando por la justicia que ellos mismos no dispensan.
Lo que nadie debe olvidar es que en definitiva, ese poder político sigue siendo emanado de la base popular; que siquiera como consumidor, puede retirar su apoyo y con ello la fuerza coercitiva que impone ese suprematismo seudo religioso. Es poco probable, porque para que eso fuera efectivo el hombre tendría que ser consciente de esa potestad suya; pagando gustoso el precio que tenga que pagar por servicios, no importa lo superfluos o vitales que estos sean, porque nada hay más peligroso que la aparente gratuidad.
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