Los tiempos hay que conocerlos por sus signos, que siempre los anteceden, no
importa la dirección en que vayan; como este, que acelera su marcha ya forzada
hacia la decadencia, y es hasta exhibicionista en eso. La decadencia de
Occidente es un tema suyo desde su mismo nacimiento, en los albores de la
antigua Grecia; pero como todo lugar común tiene sentido, porque todo cuerpo se
dirige a la muerte desde su nacimiento.
Sólo que en algún momento ese proceso lento se acelera, y en otro momento
aún llega a su final definitivo; que es en lo que reside la utilidad de la
conseja, acerca de vivir el momento con su sentido propio. Si la filosofía no
hubiera perdido valor desde su apoteosis del siglo XVIII, el mundo se habría
dado cuenta de sus desarrollos periódicos; por los que toda civilización se
desenvuelve en el marco más o menos exacto de un milenio, con medio hacia la
apoteosis y otro medio hacia la decadencia; con un interregno de cerca de tres
siglos, en los que esa apoteosis imperceptiblemente arriba, se asienta y
comienza a decaer.
No es por gusto entonces que la modernidad comience en el siglo XV, sino
porque el medioevo comenzó alrededor del siglo V; debido a su vez a que la antigüedad
habría comenzado sobre el -V, y cada uno con sus correspondiente apoteosis en
el medio. De lo que se desprende entonces que el apogeo moderno se acelerara en
el siglo XVIII, para comenzar el lento declinar en el XX; y asentando el final
hacia el siglo XXV, pero no necesariamente, pues la aceleración mecánica puede
apresurarlo.
Claro que la historia no conoce el vacío, y toda decadencia es paralela al
progresivo auge del apogeo que le sucederá; por lo que a partir del mismo siglo
XX, algunos desarrollos habrán comenzado que se comprenderán en el XXV. Nadie
podía haber previsto que los oscuros movimientos al norte de Europa en el siglo
I culminarían en el renacimiento carolingio; menos aún que aquella historia
arcaica de Aqueos y Teucros culminaría en el esplendor romano, que comenzó
alrededor del -V.
Nosotros en cambio, sí podemos reconocer los signos que aquellos no
tuvieron, porque ellos carecían de su propia referencia; lo que no indica que
podamos evitar el vacío, sino que podemos prepararnos para el mismo, y
vislumbrar como Noé la tierra futura. Canaán habría lucido desolada a los ojos desesperanzados
de Noé, pero llena del significado de su propia vida que hacia allí se encaminaba;
como desolado puede parecernos el futuro de una tierra que malgastamos, pero
que bulle de vida propia.
Eso explica el consejo de dejar que los muertos entierren a sus muertos,
porque es mejor prepararse para la vida nueva; nadie sabe el día ni el momento,
es decir, la cosa, sólo el padre todopoderoso, que es quizás el tiempo en su
propia potestad. Hasta entonces, todo profeta clamará en el desierto, porque
esa es la naturaleza, como el espacio fatal del hombre para realizarse; no
porque los demás sean brutos y no comprendan, sino porque lo que no comprenden
es la sublime trascendencia del sentido.
Todo el mundo sabe, y tiene la potestad de seguir su voluntad o
contradecirla siguiendo otra voluntad trascendente; que no es la de un líder,
sino la del sentido propio de su vida, más bello que el que le han vendido y
que es además gratuito. La frase de al César lo que es del César es misteriosa
en ese sentido, no importa si de veras el cristianismo es una conjura política;
porque en ese caso sería una conjura de necios, que desconocen esa otra
potestad de Dios para manifestarse en ellos mismos.
Anarquistas, liberales y conservadores, son todos muertos, porque hace
tiempo que cada uno de estos perdió ese sentido; no está mal, lo cumplieron a
cabalidad, y ahora tienen la vaciedad de toda convención trasnochada en su
extemporaneidad. Eso quiere decir que todos son muertos, no ciegos que guían a
otros ciegos —como los que los establecieron a ellos— sino muertos; y a los muertos hay
que dejarlos que se entierren entre ellos, si no pudrirían con su presencia el
futuro que ya se gesta bajo sus propios pies.
En algún lugar, o en muchos, se mueven las futuras ideas, que
sintetizando el pasado lo eleven a nuevas potencias; la dialéctica, como el
libro de la vida, se cumplirá punto por punto y coma por coma, en cada una de
sus crípticas metáforas. Quien quiera es libre de apartarse del tumulto, y
abandonando los muertos a los muertos prepararse para la vida; cuya vista al
sesgo es maravillosa y justifica el esfuerzo en su belleza, no importa que no
se pongan los pies en ella.
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