La última jugada de Nike con Colin Kaepernik ha levantado mucha crítica, que es
exactamente lo que esperaba; después de todo, fue una estrategia puramente comercial,
y hasta cínica en su quirúrgica eficiencia. Lo sorprendente aquí es el súbito
pragmatismo del héroe, que así accede a su descaracterización; pues nadie con
dos dedos de frente o algo de experiencia, puede ignorar la obviedad de esta
jugada del gigante de los artículos deportivos. Así es que asombra la
ingenuidad del público, que ha accedido a hacerle promoción gratuita a Nike con
la legitimidad de su ira; porque más allá de la justeza de la causa de
Kaepernik, es a esa ira a la que aspiraba con su protesta, ahora vendida al
mejor postor.
El cinismo de Kaepernik y no el de Nike es el que debería enfurecer, al
menos a los negros que decía representar; como mismo la base demócrata se
enfureció antes, con el Obama que invirtió su capital político en la estrategia
del Tratado del Transpacífico. Detrás del cinismo de Nike sólo está la arrogancia de los gigantes corporativos,
acostumbrados a abusar del público con su impunidad política; detrás de la de
Kaepernik está la debilidad de una cultura, acostumbrada a este abuso por esa
misma impunidad. Nike sólo ha banalizado la protesta de Kaepernik, como Obama banalizó
el sueño de Martin Luther King; es Kaepernik el que es culpable de dejarse
sobornar, aunque lo justifique con el señuelo de la visibilidad.
No comments:
Post a Comment