Thursday, October 17, 2019

En la muerte de Alicia Alonso

Ilustración de Sergio Lastres

El drama de Alicia Alonso quizás ayude a esclarecer el precario equilibrio en que sobrevive hoy el arte, como ella misma; una de las figuras más importantes del arte contemporáneo, que sobrevivió toda adversidad con sólo su carácter. Es esta capacidad la que a estas alturas resulta en el mayor ejemplo, si bien mudo, de los conflictos éticos del arte; una contradicción escamoteada por la belleza misma de los actos, justificados en su propia grandeza, como un dogma católico.

Es aquí, en el encore final, que reluce la pregunta sobre la ética de la puesta toda, no importa su grandeza; es decir, realmente debe el ser humano sobreponerse a todo por un gesto, no importa cuán sublime. Su vida misma fue una acción de fuerza, no ya el cinismo que la llevó a bailarle a Perón y a Batista como a Fidel Castro; sino el imperio férreo sobre una compañía, que si sobrevivió fue sólo por ese carácter suyo, persistiendo como una Iglesia. Desde la tensión de Esquivel, el partenaire que tuvo que lanzarse al suicidio del exilio para evitar la gloria de bailar con ella; porque esa gloria era a la vez como un velo de muerte, tras el que se adivinaban las figuras de los genios que no dejaba crecer con su propio gigantismo.

Una pieza bastó para revelar la angustia de Esquivel, en el pasajero protagonismo que le concedía siquiera como partenaire; y fue aquel Roberto  el Diablo, que parecía retratarla a ella en los giros poderosos con que el bailarín exhibía su cuerpo de Miguel Ángel. Detrás, la frustración de las Giselle negras que nunca se realizaron por el tamaño de sus traseros y sus perfiles chatos; y las tres glorias menores, que la alzaron a assoluta cuando tuvieron que aceptar la relatividad que las minimizaba.

Murió Alicia Alonso, y en los despliegues de estupor y desazón, nadie enfrentará las cuestiones trascendentales que eso plantea; es la última oportunidad para matar una época, para dejar de mimetizarla, para dar lugar a una realización final. Lo más probable sin embargo es que nos extendamos en mezquindades, como la del bailarín negro que no le perdona las limitaciones; como si no hubiera sido desde esas limitaciones que pudo lanzarse a conquistar al mundo por sí mismo, que es lo que no se comprende.

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