Saturday, October 28, 2017

El dragón de papel


El reciente alzamiento del presidente chino Xi Jinping al olimpo ideológico, alimenta las expectativas de la emergencia china; ya que coronaría el crecimiento constante de su economía, confirmando el rumbo al mantener al timonel; y lo cierto es que ya con una base histórica y físicamente desmesurada, China se apropia de la economía mundial, reclamando su centralidad. Las especulaciones, bien razonadas, llegan a apostar por la primacía de China como primera potencia mundial; sustituyendo así a los Estados Unidos, que habría encabezado este orden a todo lo largo del siglo XX, como corolario de la sucesión de potencias con que se desarrolló la Modernidad. 
Estas apuestas por la economía china tienen sentido, a juzgar por su dinámico crecimiento y su voracidad; con estrategias atrevidas e inteligentes, como su negociación con Arabia Saudí para financiar su consumo energético en su moneda nacional. Ese es el primer síntoma de la apuesta por China, y habría sido esa estrategia la que estableció el valor internacional del dólar; cuando Estados Unidos negoció con los saudíes la dolarización de las transacciones petroleras, respaldando así a la moneda norteamericana con el crudo árabe, en el petro-dólar. A cambio, Arabia Saudí recibe tratamiento privilegiado en el comercio de armas norteamericanas, en un negocio mutuamente beneficioso; que a los norteamericanos les da un cliente rico y seguro, y tan armamentísticamente voraz como ellos mismos son adictos a la energía tradicional, que así le proveen los árabes. 
Como contrapeso en la negociación se cita la propia industria armamentista china, que alimenta al ejército más grande del mundo; lo que sin embargo no significa que ese armamento tenga el mismo nivel de sofisticación y eficacia —y por ende la competitividad— del norteamericano. Ciertamente, los chinos pueden competir en masividad en todos los rubros, pero no en calidad y eficacia; y su competitividad está típicamente basada en el abaratamiento de la producción masiva, normalmente a costa de la calidad. Más sofisticada y eficiente que la industria armamentista china sería la rusa, y sólo se plantea como disuasivo, pero no competencia real para los norteamericanos; con el agravante además de que esa voracidad árabe por el armamento norteamericano se debe a que cuida su propia preeminencia en el mundo árabe. 
Eso último no es un elemento que pueda aportar el armamento chino, sobre todo porque no va acompañado de estructuras logísticas como la OTAN o el comité permanente de la ONU; un punto que sólo los rusos lograron equiparar hace tiempo, con el Tratado de Varsovia, ya vencido y aun así lejos de la eficacia del entramado geopolítico norteamericano. Desestimada la competencia china para los árabes, puede volverse al punto básico de su economía; que siendo gigantesca, es también ficticia como todo lo que responde al modelo de planificación socialista; no importa que se trate del seudo capitalismo que resultara de la liberación de su economía, y que es sólo una perversión de la naturaleza propia del capitalismo. 
De hecho, todo el crecimiento chino se basa en la perversión primera de la naturaleza del capitalismo por los norteamericanos; que a partir del corporativismo postmoderno, ha alimentado ese crecimiento chino, como proveedor para el consumismo local; en un modelo de especialización funcionalista, en que la economía norteamericana se diversifica en áreas como la tecnología y las finanzas, dejando de lado la producción industrial. De ahí el maridaje ni tan extraño, en que las economías china y norteamericana coinciden en un mismo modelo de capitalismo corporativo; en el que China provee los productos manufacturados, y Estados Unidos la especialización tecnológica. 
Sólo ese nivel de maridaje perverso es el que sostiene todo el crecimiento chino, que no podría salir de sus propias fronteras si respetara las reglas elementales de intercambio comercial; al mismo tiempo que el mismo Estados Unidos alimenta esta conversión de su propia economía al corporativismo postmoderno, tratando de quebrar el fuerte individualismo propiciado por el capitalismo industrial. El maridaje de esas economías no es extraño, puesto que la naturaleza es siempre la del capitalismo corporativo; que es la propia de la economía socialista, como capitalismo de estado, sólo que incapaz de mantenerse por su probada y recurrente ineficiencia. 
Esa ineficiencia es la corrupción endémica del corporativismo, alorganizar las estructuras en base a relaciones de poder y no económicas; un modelo proveniente de la fuerte contracción en que occidente transitó de la antigüedad a la modernidad, a través del Medioevo; y que se mantendría por dos tercios del siglo XX en la ineficiencia del área socialista, refulgiendo de tristeza ante el próspero industrialismo occidental. Se trata por tanto de una dinámica que sólo podrá quebrarse rompiendo la dependencia árabe del armamento norteamericano; primero por la conversión de la economía norteamericana, que abandonando la adicción a las energías tradicionales opte por las renovables; que es racional pero improbable, puesto que afectaría esta primacía de su moneda y por ende su propia supremacía a nivel internacional. 
La otra opción, también improbable pero más factible, sería el quiebre del feudalismo político árabe; que es la razón de que los saudíes, así como los emiratos, dependan de la industria armamentista norteamericana. Se trata de que es la fuerza armamentista la que permite el control absoluto de las sociedades árabes, con la imposición del extremismo religioso; que así funciona como la pureza ideológica en el comunismo chino, no importa el salvajismo de su economía, falsamente capitalista. En general, se trata por tanto de una dinámica perversa, que corrompe la estructuralidad misma de la sociedad moderna; pero que como siempre, en algún momento excederá su propia capacidad de administración supervisada, que es por lo que caen los imperios. 
Mientras tanto, ese mismo es el corolario de la imposibilidad china, que precisa de ese control absoluto de su estructura social; y que es posible a su propio interior, por una tradición ancestral que hace de su cultura un fenómeno continuo a todo lo largo de la era cristiana; pero que por lo mismo, se detiene en estas propias fronteras de su cultura, igual que a su armada en la víspera de los descubrimientos que inauguraron a la Modernidad. En realidad, la deificación de Xi Jinping es una tradición que identifica a los estados socialistas con el dogmatismo religioso; que partiendo del modelo católico, pone y depone teólogos según la corriente al uso, no la razón. 
El pensamiento de Xi Jinping no hace sino argumentar las falencias del sistema chino, estableciéndolas como dogmas; y lo puede hacer porque —como Rusia con Lenin— no cuenta con el contrapeso de la chacota pública, que evitó esa elevación del Fidelismo en Cuba sobre los desastres del Leninismo. Eso es lo que hacen los ejecutivos en sus asambleas de balance en los Estados Unidos, para justificar sus salarios y presupuestos; pero afirmar que eso aporta otra coherencia que la de la necesidad doctrinal para sustentar el sistema… es como lanzarse en el mismo tobogán del área socialista.

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