Saturday, November 14, 2015

No es la guerra santa, idiota!

Por Ignacio T. Granados Herrera

La identificación del terror islámico como un enfrentamiento entre civilizaciones es más que una falacia, una manipulación; el slogan es comercialmente exitoso y llama solapadamente a una guerra santa, achacándola al enemigo, con lo que nos obliga a la reacción emocional. La manipulación es tan sutil que ni siquiera viene en la retórica belicista de los políticos, sino como una propuesta supuestamente inteligente; esto es, de la mano de escritores y de una élite intelectual, que ha ganado ascendiente emocional sobre el público gracias a su éxito comercial. Conviene aquí diferenciar entre el trabajo de los creadores, separando al arte como disciplina de las prácticas concretas de la inteligencia; que aunque no son excluyentes no dependen del éxito comercial como en el caso del arte para cobrar consistencia y valor referencial. De ahí que escritores como Pérez Reverte puedan apelar a una falsa base histórica para revolver el estercolero de la manipulación mediática en base a su ego; con opiniones que da como hechos, cuando se trata de interpretaciones muy sesgadas de la historia, más fáciles de vender al público que un razonamiento bien argumentado.

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En todo caso, la guerra de civilizaciones es una falacia, porque eso supone una diferencia básica en los modelos culturales; lo que es falso de la “A” a la “Z”, porque la civilización es un proceso universal que va refinando las relaciones políticas a partir de sus determinaciones económicas. Lo que sí hay es niveles de diferencia entre los estadios en que se encuentran los fenómenos culturales concretos a lo largo de ese proceso; y estas diferencias son susceptibles de ser manipuladas por las élites respectivas de dichos fenómenos, con el objetivo de lograr esos enfrentamientos. No sólo son susceptibles de manipulación, de hecho serían abiertamente manipuladas por el juego de intereses de esas élites; que cargando el costo del desarrollo económico de los fenómenos más avanzados sobre los menos avanzados, necesitan perpetuar ese tipo de relación submisiva. Eso es lo que explica las funciones del imperialismo, que siempre ha tipificado los grandes desarrollos culturales; como un modelo político universal, que vuelve a contradecir directamente el mito de las diferencias culturales; más aún, como un interés de los más desarrollados, para mantener así a los menos desarrollados en una relación submisiva. 

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En el caso de las relaciones con el medio oriente, esto se vería en las tan proclamadas diferencias culturales con el islán; lo que es un gran contrasentido, puesto que la cultura occidental es cristiana sólo de origen pero ya no de hecho, además de que el islán es apenas una secta cristiana. No importan los enfrentamientos en el origen, las relaciones entre el cristianismo originario de Occidente y el islán están destinados a la dilución; incluso ideológicamente, puesto que el Islán funcionaría más o menos como una adaptación peculiar del Cristianismo. El problema con eso es que dicha distensión contradiría los intereses de las élites políticas y financieras; que como grandes intereses de Occidente, recrean entonces el discurso confrontacional, manipulando a sus masas populares. Quien siga la pista del dinero se encontrará en la dependencia energética de Occidente con los extemporáneos principados árabes, a los que entonces se aliarán; cuando estos principados árabes van a insistir en la singularidad cultural para poder sustraerse al desarrollo civilizatorio, manteniendo su modelo político; que siendo medieval, es entonces relativamente atrasado respecto al de un Occidente moderno, facilitando así la sumisión perversa de todo el entramado cultural. De ahí esa insistencia en identificar la violencia árabe con una guerra santa, que en realidad sería promovida por el imperialismo occidental; que apela a la compulsión sentimental de las masas populares, a través de unas lumbreras fabricadas económicamente en el negocio del arte como patente de corso... intelectual.

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