Por Ignacio T.
Granados Herrera
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Negar la pertinencia del
Marxismo sólo por el auge de las teorías neoliberales desde el último cuarto
del siglo XX, es desconocer el carácter cíclico de la historia; pero aferrarse
a la forma clásica de las teorías marxistas es también ignorar la falencia que
sujeta toda teoría a una evolución en ese mismo carácter cíclico de la historia;
que incluso la mejoraría con esa evolución natural, a través de su propia crítica.
De hecho, y como fenómeno, el Marxismo estará sujeto a las mismas leyes de la
dialéctica a las que sujeta todo fenómeno;
la tercera de las cuales describirá este proceso suyo como de su
adecuación, desde los excesos en que se postula (tesis) hasta su negación
(antítesis) y adecuación final (síntesis). El problema con el Marxismo es que
todo acercamiento al mismo es ideológico, y por ende jalonado de intereses
políticos con graves implicaciones morales; dificultando así la ponderación
racional, que salvaguarde al juicio de la manipulación retórica, a la que se
hace susceptible como doctrina política. La única respuesta factible ante esta
dificultad sería la paradoja de una conseja bíblica, como aquella en que Jesús
aconseja dejar que los muertos entierren a sus muertos; porque todo el debate
político no será sino como esa escena horripilante de los mercaderes del templo,
contra los que tampoco pudo la ira del Cristo. Comunistas y capitalistas son iguales
y entre ellos se entienden para el neo marxista, porque ambos buscan la
alienación del proletariado; gobernado en ambos casos por una burocracia
ejecutiva, sea económica o política, como lo fue la aristocracia, que reunía
ambas condiciones. Eso no quiere decir que el neomarxismo sea una propuesta
mística en ningún sentido, pero sí más conciliadora con las intuiciones del anarquismo;
que si bien tan excesivo como el mismo Marxismo, habría funcionado como una
advertencia sobre el peligro de una derivación doctrinaria de la teoría;
haciendo funcionar a los partidos en el mismo sentido alienador de las
religiones, como en efecto habría ocurrido.
Acerca de la Teología de la liberación |
Curiosamente en este
sentido, el anarquismo habría actuado como los excesos del cínico Diógenes ante
el convencionalismo platónico aristotélico; visto que incluso el realismo
aristotélico era una derivación crítica del idealismo platónico, que por tanto
desconoce el referente moral de Sócrates. Esta falencia la resuelve Aristóteles,
recreando la referencia ética de la Eudemonia, que es de claro sentido
hedonista; pero sin que su principal objetivo sea la ética sino la lógica, que
así subsume su postulado en la excelencia sistematicista del Órganon. Como principio,
esa sería la misma dificultad que enfrentaría el Marxismo, que proviene de la
tradición idealista (Hegel); pero con la desventaja de que no cuenta con un
referente cínico relativamente cercano, como ese de Diógenes y los cirenáicos;
sino que por el contrario, todo el debate se encuentra subsumido por esa
tradición idealista, entre sus vertientes moderadas y absolutas; hasta el punto
de tener que generar sus propios referentes críticos en la forma de seudo
realismos, bien sea en el mismo idealismo objetivo hegeliano o en la
postulación última del materialismo. Al respecto, la última elaboración
propiamente realista habría sido singular y no entraría al debate secular de la
filosofía; con la originalidad del Tomismo, que debe sortear las dificultades
políticas que la impone el idealismo platónico a través del dogmatismo con que
San Agustín sella la Patrística. Luego de ellos, los jesuitas conseguirán esta
postulación neo hedonista, en la Casuística como referente para la pastoral;
pero no conseguirían sobreponerlo a las trabas del dogmatismo eclesiástico, muy
a pesar de su excelencia, subsumida en la escolástica como tradición. El
anarquismo habría funcionado así como ese referente ético del exceso de cínicos
y cirenáicos; pero no contra el idealismo sino contra su postulación última en
el Materialismo, y sólo por su contradicción política, ya que carece de intereses
filosóficos propios.
Deberá tenerse en
cuenta que la singularidad de las escuelas menores de Atenas no consiste precisamente
en ser posteriores a las mayores; el cinismo es contemporáneo con estas y
exhibe su propio linaje directamente socrático, paralelo entonces al idealismo
platónico, al que trascenderá incluso. Esta singularidad consistiría en su
preocupación no es primeramente epistemológica sino ética, y por tanto no
elaboran una gnoseología propiamente dicho; que sería la razón por la que esas
escuelas mayores ensombrecerían al cinismo en sus avances, aún si este las
trasciende luego por su propio interés ético. De ahí que las otras dos escuelas
menores que son el Hedonismo y el Estoicismo respondan respectivamente a la sensibilidad
distintamente desarrollada por esas escuelas mayores; como una exponenciación
de su respectiva materia, como un alcance de la misma que explicaría
derivaciones posteriores. Tal sería, por ejemplo, la razón del estoicismo implícito
a la ética cristiana, proveniente del origen platónico de su teología; dada a
su vez por la sistematización último de su patrística con el neoplatonismo del
trasfondo maniqueo de San Agustín; así como la amenaza a esta sistematización
epistemológica por los avances del Realismo tomista, por los alcances Implícitamente
hedónicos de su ética; como se verá posteriormente en las elaboraciones de la
escuela jesuítica sobre esta tradición del Realismo tomista, y que la llevarían
a esa postulación de la Casuística, de carácter abiertamente neohedónico.
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La recuperación del
marco teórico del Marxismo dependerá así de su propia corrección
epistemológica; apartándose de la tradición idealista que lo subsume a las
contradicciones políticas modernas a través de una práctica escolástica,
acercándose a las críticas anarquistas; que le permitirían recuperar el
referente ético del hedonismo, refundándose entonces como un realismo real y no
el seudo realismo que esconde tras su concepto absoluto de Materia. El problema
aquí es entonces simple, y consiste en la naturaleza doctrinaria con que se
asume la teoría marxista, y que por tanto aliena cualquier crítica; ya visible
en cualquier acercamiento a la figura de Marx, y que es siempre una suerte de
panegírico extraído del santoral católico; y no es que su vida no haya sido
ejemplar, sino que con ese ejemplo obstaculiza todo desarrollo, enquistándose
como un dogma. Ejemplo de esto, la insistencia en construir una estética
marxista, aún admitiendo que no existe tal cosa como una sistematización en
este sentido por parte del mismo Marx; lo que pone a los marxistas en el lugar
de los exégetas bíblicos, dando a Marx la voz y autoridad del mesías cristiano,
con sus consecuentes implicaciones de ideología religiosa. Al respecto, está
claro que existe al menos una escolástica marxista, por más absurdo que
resulte; en ese llamado marxismo científico, que consiste en una hermenéutica
lo más rigurosa posible antes que un modelo para el pensamiento original.
También al respecto, el llamado marxismo occidental funcionaría como la
teología protestante en el Cristianismo; con una crítica eventual o hasta más o
menos sistemática del escolástico, pero en base a su propia compulsión
doctrinaria y por ende seudo religiosa.
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