Por
Ignacio T. Granados
La afirmación de Descartes del Cogito, ergo sun se refiere sin dudas a
que su acto de pensamiento es la prueba indubitable de su existencia; la
comprensión de que lo que afirma es que se refiere a que su pensamiento es
primero que su existencia es decepcionante, por lo que implica de burda
reducción. Por absurda que parezca la situación anterior es sin embargo
habitual en su crítica por el tradicionalismo católico, normalmente a la
defensiva; pero también, y no menos inusitadamente,
por parte de la crítica marxista de Hegel, respecto a la naturaleza entitiva
del Demiurgo. Esta naturaleza del Demiurgo es controversial desde su primer
planteamiento por el mismo Platón, que inaugura la tradición idealista y con
ello la filosofía occidental; no obstante se trataría de una falsa polémica, ya
que Platón mismo es seudo religioso y no religioso propiamente dicho, muy a
pesar de su pitagorismo confeso; y la prueba estaría en que los idealistas
habrían tenido que esperar al neoplatonismo de Plotino para comprender esta
figura del Demiurgo en un sentido religioso.
La frase de Descartes es sólo una
torcedura retórica, que busca un efecto recurriendo al dramatismo sintáctico;
un poco más radical pero igual hábil en recursos, Platón crearía una imagen
figurativa para representar un concepto complejo, como ya es habitual en él. El
autor de mitos estrictamente filosóficos —por más que útiles para el imaginario
religioso— resuelve así el problema del conocimiento agente; que ni siquiera la
disidencia racional de Aristóteles resolvería de forma expedita, sin caer en
los meandros de la más abstrusa metafísica. En rigor, el imaginario platónico
funcionaría como la primera contradicción propiamente epistemológica y no
política del fisiologismo; explicando siquiera por default la necesidad
recurrente de la imagen para la comprensión de la realidad por su
representación, sobre todo en lo que respecta a su determinación interna o
hipóstasis; que siendo un objeto del que los fisiologistas se desentienden por
completo, en su propio interés en la naturaleza externa de los fenómenos
(fisis), desconoce este tipo de necesidad.
En ese sentido, el Demiurgo
platónico no sería sino la facultad agente del conocimiento acumulado y en ello
susceptible de exponenciación; que se revertiría en una mejor comprensión de la
realidad, susceptible así a su vez de adquirir un valor específicamente humano.
De lo que se entiende que el conocimiento es el creador de la realidad, no en cuanto tal sino en cuanto humana; que
es lo que es la cultura, al desarrollarse como naturaleza específicamente
humana, en el mismo sentido que Marx diferencia la realidad histórica. De ahí
que la afirmación marxista de que el pensamiento y el conocimiento son
productos humanos no contradice la afirmación hegeliana sobre su carácter
entitivo y hasta autónomo, sino que sólo la malinterpreta; pudiendo llevarse el
concepto más allá incluso, para explicar su efecto sobre la realidad en cuanto
humana (cultura) por su redeterminación reflexiva. El valor autónomo y
suficiente del conocimiento agente como entidad sería derivado del de su sujeto
reflexivo; por lo que es sin dudas relativo, pero igual con alguna
consistencia, relativa a la de ese sujeto reflexivo suyo.
Vale acotar que justo el problema
del Marxismo consiste en que su comprensión de la realidad es básicamente
moral; que es lo propio del pensamiento alemán contemporáneo suyo, con la
excepción de Hegel, que aporta el marco epistemológico, naturalmente idealista.
Esto último se debería a la discontinuidad del Realismo, que no habría
conseguido rebasar las dificultades planteadas por el institucionalismo
religioso, en la escolástica como tradición;
de modo que al momento de la secularización de las prácticas filosóficas desde Descartes, esta ocurra como
contradicción de sus connotaciones políticas; pero en la misma tradición ética
del idealismo agustinita, mayormente a través de conflictos concretos como los
de los excesos jansenistas y del calvinismo; desconociendo por tanto el
tremendo avance del Realismo, en la curva que va de los santos Alberto Magno y
Tomás de Aquino a la Casuística jesuítica, como un problema más estrictamente
religioso que filosófico. Así puede entenderse la tremenda distorsión por parte
del mismo Marx de su propia comprensión excelente del fenómeno del
antropomorfismo; que ocurriría por esta presión del puritanismo protestante
como un efecto hermenéutico, que se explica en el otro determinismo de lo
económico, en el Materialismo.
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