Por
Ignacio T. Granados Herrera
La
identificación del terror islámico como un enfrentamiento entre civilizaciones es
más que una falacia, una manipulación; el slogan es comercialmente exitoso y
llama solapadamente a una guerra santa, achacándola al enemigo, con lo que nos
obliga a la reacción emocional. La manipulación es tan sutil que ni siquiera
viene en la retórica belicista de los políticos, sino como una propuesta
supuestamente inteligente; esto es, de la mano de escritores y de una élite
intelectual, que ha ganado ascendiente emocional sobre el público gracias a su
éxito comercial. Conviene aquí diferenciar entre el trabajo de los creadores,
separando al arte como disciplina de las prácticas concretas de la
inteligencia; que aunque no son excluyentes no dependen del éxito comercial
como en el caso del arte para cobrar consistencia y valor referencial. De ahí
que escritores como Pérez Reverte puedan apelar a una falsa base histórica para
revolver el estercolero de la manipulación mediática en base a su ego; con
opiniones que da como hechos, cuando se trata de interpretaciones muy sesgadas
de la historia, más fáciles de vender al público que un razonamiento bien
argumentado.
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En
todo caso, la guerra de civilizaciones es una falacia, porque eso supone una
diferencia básica en los modelos culturales; lo que es falso de la “A” a la “Z”,
porque la civilización es un proceso universal que va refinando las relaciones
políticas a partir de sus determinaciones económicas. Lo que sí hay es niveles
de diferencia entre los estadios en que se encuentran los fenómenos culturales
concretos a lo largo de ese proceso; y estas diferencias son susceptibles de
ser manipuladas por las élites respectivas de dichos fenómenos, con el objetivo
de lograr esos enfrentamientos. No sólo son susceptibles de manipulación, de
hecho serían abiertamente manipuladas por el juego de intereses de esas élites;
que cargando el costo del desarrollo económico de los fenómenos más avanzados
sobre los menos avanzados, necesitan perpetuar ese tipo de relación submisiva. Eso
es lo que explica las funciones del imperialismo, que siempre ha tipificado los
grandes desarrollos culturales; como un modelo político universal, que vuelve a
contradecir directamente el mito de las diferencias culturales; más aún, como
un interés de los más desarrollados, para mantener así a los menos
desarrollados en una relación submisiva.
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En el caso de las relaciones con el
medio oriente, esto se vería en las tan proclamadas diferencias culturales con
el islán; lo que es un gran contrasentido, puesto que la cultura occidental es
cristiana sólo de origen pero ya no de hecho, además de que el islán es apenas
una secta cristiana. No importan los enfrentamientos en el origen, las
relaciones entre el cristianismo originario de Occidente y el islán están
destinados a la dilución; incluso ideológicamente, puesto que el Islán funcionaría
más o menos como una adaptación peculiar del Cristianismo. El problema con
eso es que dicha distensión contradiría los intereses de las élites políticas y
financieras; que como grandes intereses de Occidente, recrean entonces el
discurso confrontacional, manipulando a sus masas populares. Quien siga la
pista del dinero se encontrará en la dependencia energética de Occidente con
los extemporáneos principados árabes, a los que entonces se aliarán; cuando
estos principados árabes van a insistir en la singularidad cultural para poder
sustraerse al desarrollo civilizatorio, manteniendo su modelo político; que
siendo medieval, es entonces relativamente atrasado respecto al de un Occidente
moderno, facilitando así la sumisión perversa de todo el entramado cultural. De
ahí esa insistencia en identificar la violencia árabe con una guerra santa, que
en realidad sería promovida por el imperialismo occidental; que apela a la compulsión
sentimental de las masas populares, a través de unas lumbreras fabricadas
económicamente en el negocio del arte como patente de corso... intelectual.
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