Por Ignacio T. Granados
No hay dudas de que más allá del
entusiasmo, Hillary Clinton ganó el primer debate demócrata y con ventajas;
Bernie insistió en su viejo discurso, con el que ha demostrado que el país esté
probablemente en medio de una crisis de crecimiento y madurez, pero que es
básicamente moral. La cultura norteamericana se caracteriza precisamente por su
pragmatismo, que es la efectividad de un gobierno para todos sus ciudadanos;
algo que no es posible con el suprematismo moral, por más que esté justificado
por una crisis de valores de dimensiones apocalípticas como la actual; que es
más grave cuanto ha polarizado el espectro político, entre extremos que no
cejan en su forcejeo, aún a riesgo de la estabilidad nacional. No hay que ser
supra objetivos ni ofrecer un falso sentido de justicia, el chantaje es por
parte de la derecha radical y no de la izquierda liberal; pero una reacción por
parte de esta la igualaría a ese extremismo tradicionalista, quebrando el
tejido político, ya afectado por ese radicalismo de la derecha.
Bernie Sanders ha funcionado así como
una suerte de Pepe Grillo, que le recuerda sus deberes políticos al partido
demócrata; al que para colmo ni siquiera pertenece, dejando claro con su
distanciamiento ese otro problema del purismo moral… que tanto le asemejaría al
radicalismo de derechas. Hillary Clinton en cambio se perfiló como la mejor
apuesta, no precisamente por su inteligencia sino por su posición moderada; que
la haría más accesible a la derecha incluso radical, y por tanto más efectiva a
la hora de establecer un gobierno. Sería absurdo olvidar el divisionismo
introducido por el problema racial con la presidencia de Barack Obama, por más
que fuera culpa de ese radicalismo de derecha; se tradujo en un entorpecimiento
constante del gobierno que sólo se pudo superar a cuenta de mucha paciencia y
cinismo, que no son valores precisamente morales sino pragmáticos. Esta vez
Hillary Clinton no luce tan divisiva en la contienda presidencial como cuando
fue retada por el más divisivo aún Barack Obama; eso se lo debe al radicalismo
moral de Bernie Sanders, por el que ha revelado por contraste su propio
republicanismo, siquiera moderado.
Quien minimice este problema debe
recordar que la mismísima enormidad de Donald Trump era demócrata, hasta que el
liberalismo le jugó la mala pasada de elegir a Obama; de modo que la naturaleza
del liberalismo demócrata es pragmática y no moral, explicando el
independentismo tradicional de Sanders. No obstante Bernie debe insistir en su
campaña, como otra forma un poco retorcida de pragmatismo; porque en definitiva,
en su radicalismo es el termómetro de la madurez política de los Estados Unidos,
como el grito de su conciencia. Al final, también una predicción es sólo una
predicción, como la que negaba toda posibilidad de Benedicto XVI al papado; y
bien puede ser que la edad norteamericana haya avanzado de modo imperceptible bajo el barniz de las
encuestas, que al fin y al cabo son sólo estudios de mercado.
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