De modo predecible, el senador
Bernie Sanders se ha sumado a la carrera por la Casa Blanca; aunque puede que
sus ambiciones sean más modestas que la silla presidencial, y más loables
también; esto es, forzar un tipo de
debate que comprometa definitivamente a los demócratas en una dirección más
populista que el discurso hipócrita de Hillary Clinton. Bernie no es ingenuo,
no puede serlo a estas alturas de su ejercicio congresional, y debe conocer sus
pocas probabilidades; en proporción inversa a la retórica conservadora de
McCain, como a este lo perdería la ira,
a la que son tan renuentes los norteamericanos. De hecho, esta renuencia quizás
sea el mejor capital político de un pueblo que tiene que saber que la
democracia y su tejido económico son un equilibrio muy precario; y que ante
grandes dudas es mejor conservar el statu
quo, en vez de comprometer todo lo conseguido —por poco que sea— en proyecciones utópicas. Justo por eso la estrategia recurrente
del falso conservadurismo republicano ha sido apelar a una cultura del temor,
ante el supuesto aventurerismo del no menos falso liberalismo demócrata; pero
en todo caso, se trata del único lugar del mundo en que la política es una
convención inamovible, arbitrada por la vigilancia de la prensa tradicional, incluso
si comprometida en el mismo juego, o justo por eso mismo.
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El problema es que aún esta modesta
pretensión del gran Bernie sería contraproducente, dada su propia radicalidad;
que resaltando la doblez de Hillary como un conservadurismo moderado, la haría
aún un candidato más que viable ante la realidad de que el país todavía no
aguanta otro período republicano. Todo esto parte de la inseguridad sobre una
postulación de la demócrata Elizabeth Warren, que en realidad no ha dado indicios
claros de que vaya a cambiar su postura; pues está claro que Hillary es la
candidata del consenso bipartidista, y es difícil que el país se decida por
otro candidato divisivo —como lo es la Warren— luego del trauma de los dos
períodos de Obama. Vale aclarar que el problema del divisionismo no es una
cuestión moral o de carácter, sino que se refiere a las circunstancias más o
menos propicias de los candidatos; que deben proyectarse y trabajar sobre una
cultura del consenso para avanzar agendas más o menos definidas, para las que
tienen que conseguir apoyos. Si Obama ganó sus dos períodos consecutivos, habría
sido porque ofreció mayores posibilidades en este sentido; y estando claro que el país requería un
balance (demócrata) para restaurar la confianza luego de ocho años de desastre
de Busch, Hillary probablemente era mucha más divisiva que Obama; o al menos no
demostró la creatividad y el atrevimiento del primer negro presidenciable, capaz
de saltarse las convenciones con la estrategia híper populista con que
consiguió el apoyo de la juventud utilizando las redes sociales, y sin
atemorizarse por todo lo que tenía en contra.
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De este modo, es difícil que Bernie
consiga incluso forzar un debate que ya está dirigido en esa dirección por la
amenaza constante de la Warren; y lo más
probable es que su aporte se reduzca a un poco de color, contraproducente
además para cualquier movimiento ulterior de la Warren; que será su discípula
pero ha demostrado bastante carácter propio, suficiente como para creer en cualquier
movida suya. Lo más probable es que Liz Warren no tenga mayores posibilidades
ante Hillary Clinton, ya que ella misma es demasiado radical y más divisiva por
tanto que esta; pero no hay que descartar un gesto final, que la endurecería
para enfrentar a la Clinton en el 2020, modelándole el discurso y construyendo
las alianzas que le garanticen la viabilidad del consenso. Por eso, y a pesar
del asco —porque la política es negociación— es preferible la candidatura de
Hillary Clinton; bien que de modo condicional, pues la esperanza está en el
digno patetismo con que perdería la Warren, garantizando su postulación
posterior (2020) mientras se negocia una contención del falso conservadurismo
contra la clase media, que es lo que importa. Lo bueno es que al final Liz
Warren madurará, comprendiendo que la política no es el desarrollo de unos pet
projects but a whole cosmos; and that’s mean que aprenderá que la protección de
la clase media de los Estados Unidos necesita el compromiso para influir en la
política internacional, aunque para eso deba asistir con amargura a la
aprobación por Hillary del Tratado del transpacífico, con las triquiñuelas aprendió
de su marido.
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