Por Ignacio T. Granados Herrera
Más tenue e improbable que en los
tiempos del Manifiesto, el fantasma
del Comunismo vuelve a recorrer el mundo; más tenue, en la moderación de un
ímpetu democrático que vio el fracaso de la utopía socialista, justo por su
arrogancia intelectualista; pero improbable también, porque como nunca antes la
burguesía depauperada se niega a concretarse en proletariado, mesmerizada por
la última jugarreta del capitalismo. En realidad y como principio, los excesos
del capitalismo postmoderno supondrían una recuperación de aquella evolución
prevista por el Marxismo clásico; con una depauperación más radical y visible
de la baja clase media, que la empujaría a un proceso de concientización,
incluso sin el peligro del autoritarismo; ya que ocurriendo por medio de una
recuperación gradual del sindicalismo, agruparía a las masas populares como un
grupo de interés efectivo; capaz en ello de valerse de las estructuras
políticas tradicionales, en una suerte de transición democrática que respete
las necesidades del individuo en su pragmatismo.
Sin embargo, la evolución del
capitalismo de industrial a postmoderno se daría como una manipulación, que
justo fragmentaría en su base a la clase media; primero, promoviendo una falsa
élite a la administración de los medios, como una burocracia vigilante y omnipotente
en su carácter popular; y luego con la promoción de una falsa aristocracia
entre el lumpen tradicional de artistas, artesanos y deportistas; que con su
imagen de éxito eclipsaría al poder efectivo de la alta burguesía,
convirtiéndose en el objeto final del movimiento social; desviado así desde la
realización individual, ahora dirigido a un ideal consumo, del que depende
además el sistema en su conjunto, por su naturaleza especulativa. La
contradicción está clara, ya que el problema de la realización individual es lo
propio de las relaciones capitalistas; pero su corrupción en el corporativismo
postmoderno tendría exactamente el efecto contrario, con la ralentización
progresiva de toda movilidad social efectiva.
Curiosamente, esos dos
estamentos de los artistas y la burocracia ejecutiva en principio son paralelos
y alternativos; pero eventualmente se cruzan por su valor alternativo, en
función de asegurar la organización general de la estructura. Así, artistas y
deportistas con vida limitada en el medio, terminan integrándose como parte de
su burocracia; tanto como a la inversa, con burócratas seducidos por el glamour
del espectáculo, ante la mediocridad aparente de su propio medio. Esto se vería
especialmente en el mundo de las humanidades, ya que el mismo ejercicio
profesional del magisterio y la administración funcionan como una burocracia
intelectual; que así administrará el desarrollo y las prácticas de conocimiento
en la sociedad, con un efecto de mediatización estandarizante. En realidad, la
única promoción efectiva dentro debla estructura social postmoderna sería
integrando las élites políticas; ya que
el desarrollo de las financieras es de carácter más bien endogámico, por la
tendencia al estancamiento del neofeudalismo corporativista.
Esta promoción a las élites
políticas sería entonces la única forma de integrar esas élites financieras, al
crear los nexos que faciliten la transición; que por otra parte sólo se
concretaría generacionalmente, como mismo se daba la movilidad social al
interior de las sociedades capitalistas en su fase industrial; como un proceso
así reproducido por los mecanismos de la estructura neo feudal de la sociedad
postmoderna. El esquema
conspirativo es demasiado obvio y con alcances demasiado amplios para ser
creíble, pero las teorías conspirativas sólo revelarían dialécticas naturales;
que al ser reproducidas formalmente por los fenómenos de la cultura,
reflejarían dichos comportamientos como una fatalidad. Así es apenas natural
que todos los elementos que integran una estructura de modo consciente, traten
de manipularla en función de sus propios intereses; así como es también apenas
natural que este esfuerzo sea más factible para aquellos que detenten una cuota
mayor de poder efectivo en dicha estructura.
En definitiva, el cambio dialéctico
es natural, pero resolviéndose en crisis exponenciales que interrumpen la
inercia evolutiva en un punto de excepcionalidad; tal fue el caso de la
estructura misma de la democracia, surgiendo como una excepcionalidad por causa
del cataclismo minoico para romper la fatalidad del absolutismo; al pasar la
determinación política al comercio fenicio, y con ello al pueblo (demás) con la
organización reflexiva del alfabeto fenicio. Lo demostró la tendencia
espontánea de todas las ciudades estado griegas a diversas formas de
absolutismo regio; incluso o sobre todo en la Atenas que viviera la
desestabilización de un partido de la aristocracia bajo Pericles, justificado
hasta en su trascendencia ideológica por el idealismo de Platón. Ese sería el
caso de la alta burguesía, que derivaría al capitalismo de industrial a corporativo
con el arribo de la postmodernidad; justo manipulando las relaciones políticas de
la estructura total de la sociedad, con su influencia económica.
Es por otra parte un proceso también
natural, en el caso específicamente norteamericano, cuya alta burguesía es
segregada del mismo carácter popular de su cultura y no de una tradición aristocrática;
actuando entonces con mayor pragmatismo político, y siguiendo el modelo
conductual de la aristocracia campesina (feudal) antes que el de la tradición metropolitana,
de tendencia federalista; y relegando este último a esa imagen de éxito individual,
blandida como un señuelo a todo lo ancho y largo de la estructura, que se
sostiene sólo en los niveles de consumo. Respecto a esto último, esa
dependencia del consumo sería lo que haga tan inestable y precaria a la
economía como determinación de las relaciones políticas, dado su carácter
especulativo; que no le sería propio ni inevitable, sino como consecuencia de
su desvinculación de un parámetro racional, que en definitiva tenía valor
simbólico y no efectivo, pero era más estable y menos susceptible de
manipulación artificial. Esta desvinculación podría haber ocurrido con el
simple propósito de conseguir una mayor flexibilidad transaccional; pero
repercutirá en una mayor exposición del conjunto de la estructura social a su manipulación
política por parte de las élites financieras, que retienen el poder efectivo
sobre la estructura.
En cualquier caso, la imagen de
éxito blandida por la falsa aristocracia del espectáculo, daría también la
sensación de mayor movilidad social; ya que provee a la estructura de múltiples
atajos, dirigidos todos al mismo lugar ya común de esa imagen de éxito; lo
mismo como parte de la burocracia ejecutiva que de las huestes de artistas,
todos en función de la satisfacción inmediata de las necesidades del ego como de
su falsa individualidad. Eso es también parte del efecto de la desvinculación
de la economía de sus parámetros de racionalidad, como lo fue el patrón oro; ya
que esa mayor flexibilidad transaccional se revertiría en la híper monetización
de los procesos productivos —por sobre la ética— para poder generar la densidad
transaccional requerida para mantener el conjunto en su auto referencia. Pareciera aquí que las políticas
de austeridad y planificación implantadas por el llamado socialismo real
tuvieran sentido; pero en realidad serían falsas, ya que sólo se habrían aplicado
a la masa productora, redundando en una mayor ineficiencia de todo el proceso
productivo.
Aparte de eso, tanto por la
doblez como por su carácter coercitivo, esto redundaría también en un elemento
de corrupción constante; que de modo contraproducente alimenta legítimamente
las expectativas sobre el poder de consumo, incluso como un índice de
realización individual. De hecho, esto resalta uno de los graves y más
recurrentes problemas del Materialismo como exceso idealista; reduciendo la
determinación del Ser a su circunstancia, sin tener en cuenta el factor de la
voluntad, que responde a un sistema de determinaciones más complejas y
subjetivas. Eso es lo que explica la importancia de las mismas contradicciones
políticas y filosóficas enfrentadas por el Marxismo clásico, como aquellos
excesos éticos de cínicos y cirenaicos; lo mismo desde las intuiciones todavía
contradictorias en sí mismas del Anarquismo, y hasta las referencias clásicas a
las filosofías de la voluntad (Schopenhauer) y el individualismo (Nietzsche).
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