Ahora que el neoliberalismo reveló su falencia,
las élites corporativas siguen blandiendo el fantasma del socialismo que una
vez recorrió el mundo; nos repiten sus slogans contra la economía centralizada,
que no es necesariamente planificada sino que se basa en la regulación. Por
todo ello convendría recordar un par de detalles históricos, pues las
relaciones económicas tienen poder de determinación cultural; lo que significa
que tienen un valor antropológico, dado por su función (política) en la
estructura social, y nada como la historia para aclarar confusiones. Por
ejemplo, con una perspectiva histórica, estaría claro que el auge corporativo
es una situación de neo feudalismo; en el que las élites financieras reproducen
la contradicción típica entre el poder central y la atomización de las
uni8dades de producción, dada como una relación dinámica entre el rey y la
nobleza; que además es de carácter rural, en el sentido de que se desarrolla en
dirección opuesta al metropolitanismo de la corona como representación del
gobierno central. Eso, para un sorprendente ejemplo, habría sido lo que
debilitó la unidad del imperio romano; al fraccionarlo en unidades de
producción separadas y autónomas —como son las corporaciones hoy día—, al mando
directo del Señor del feudo, que tenía una función de administrador militar (Dux).
La lucha constante por evitar la concentración de tierra en grandes latifundios
—como la economía contemporánea— fue lo que evitó la desintegración del imperio
en Oriente; aunque eso ha pasado largamente desapercibido, ya que no se le
relaciona como el mismo imperio romano, sólo que con base bizantina. Al margen mismo del imperio en Oriente, la
historia de los reinos occidentales repite la misma dinámica; con una nobleza
normalmente enfrentada al rey, en su lucha por descentralizar el poder,
redundando en una relación de vasallaje con el pueblo. Una dinámica que sólo se
revierte en cuanto la fortaleza del rey, como figura de poder central, es la
que concentra la soberanía de los ciudadanos; en lo que la sociedad
contemporánea identificaría al gobierno centralizado en la troika de los
poderes institucionales —legislativo, ejecutivo y judicial—, y a la nobleza en
las élites financieras, que suelen manejar la provisión del estado y
constituirse como barones de la guerra. Curiosamente, en la historia
tradicional, la nobleza se ha apuntado victorias engorrosas para el pueblo;
cuando logra imponer un rey débil o plegado a sus intereses, que puede llegar a
ser un representante de esos intereses mismos suyos; y lo mismo por ser un
partícipe natural de la misma, como la dinastía Busch, que un allegado, como la
Clinton.
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En cada caso, es la convención extrema de los poderes tradicionales,
de base culturalista y opuestos a la institucionalización; aunque actúen
legitimándose en esa institucionalidad, ya que carecen de la legitimidad
directa emanada de los ciudadanos. Es, nuevamente en todo caso, el regreso del
viejo fantasma del socialismo, que no ha sido nunca el del comunismo; porque
aunque el comunismo fuera la pretensión su valor es sólo retórico y/o
referencial, ya que es un horizonte y no un lugar. El socialismo entonces, es
el fantasma que regresa según la nobleza neo feudal que necesita quebrar a la
clase media; porque en ella, como máxima expresión de una ciudadanía
desarrollada, reside la soberanía con poder de legitimación real, en el
consenso democrático. Es por eso que no más arribada al poder, la nobleza
comienza el proceso de su desmantelamiento; transfiriendo las funciones
metropolitanas a los feudos del mundo corporativo, en una regulación que afecta
directamente a la clase media, con su depauperación paulatina.
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