Por esas cosas de la
naturaleza humana, persistimos en juzgar al prójimo, como si lo entendiéramos;
nos olvidamos que toda actitud de juicio es a la vez un acto de suprematismo,
que por ser ético no es menos brutal. Ahora, con el caso de Ferguson, hay
personas que pecan de inteligentes y lo reducen a un par de obviedades éticas;
no tienen en cuenta que se trata de una reacción visceral y no de un programa,
exigen racionalidad a gente que está justo reaccionando; y los juzgan a los
que protestan como mismo los católicos y los religiosos han juzgado a los que
no creen en su dios —¿la Razón?—, sin ponerse nunca en sus zapatos, sólo desde
su superioridad.
No saben —y uno se
pregunta hasta qué punto hay una voluntad de no entender— que el problema nace
en la arrogancia y la autosuficiencia de quien provoca la situación de
violencia; porque la violencia es irracional, y una vez provocada, no puedes
esperar un curso racional de acontecimientos basados en una situación
irracional. En Ferguson domina la frustración y la rabia, y si alguien es
culpable de eso es la arrogancia que provocó esos sentimientos; por ejemplo, y
sólo para comenzar, la simple impunidad con que el policía ahora pasa a retiro
con todos sus pagos, más $ 500.000.00 por una entrevista exclusiva y otros $
500.000.00 en donaciones; es decir, millonario por haber matado a un negro, en
otro caso más de injusticia y discriminación.
Puede ser cierto que
miembros de la comunidad negra estén condenando el vandalismo en Ferguson;
siempre ha habido contra mayorales y mayorales, que se dedicaron a castigar a
sus hermanos sometidos tratando de buscarse la gracia del amo. No es ni
siquiera condenable, es patético y da lástima, eso indica el nivel de
perversión y la pérdida total de la dignidad; porque lo único que no debe hacer
el ser humano es aceptar su desventaja ni la injusticia que lo somete, aunque
no pueda hacer nada contra ella, sino sólo dejar patente su protesta. Es muy
fácil, y más aún siendo varón blanco y heterosexual, juzgar al mundo; en definitiva,
esos son los que pusieron la ley, que así siempre los va a favorecer a ellos,
que pueden darse el lujo de la más total insolidaridad.
Se trata de un grupo
humano que no es pobre por elección sino por sus circunstancias particulares; y
aunque las circunstancias sólo indican el nivel de dificultad que enfrentas y
no justifican nada, sirven para poner las cosas en perspectiva y comprender al
prójimo. La anarquía en Ferguson nace de la frustración, y eso sería
comprensible con sólo que no tratemos de juzgar tan rápido; porque en
definitiva se trata de un grupo humano, incluso si no se esfuerza con esa
racionalidad de los blancos de clase media porque no pueden concebir la
esperanza en los mismos términos que un grupo política y culturalmente
favorecido. Quizás, si esos blancos de clase media hubieran sido negros, u
homosexuales o mujeres —o cualquier combinación de esas— podrían comprenderlo
desde su propia precariedad; pero incluso si no lo son y tampoco son
solidarios, todavía le quedan los recursos de la humildad y la modestia, la
prudencia en el juicio y todas esas cosas que hacen de una persona ética verdaderamente
superior
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